
Hace ya muchos años, en 2004, me invitaron a un bautizo. En él, dada la inclinación política de los padres, había numerosos altos cargos del PP, con el que yo colaboraba entonces. Hacía dos días que habían estallado las bombas en las estaciones de Madrid. Uno de los asistentes quiso sobre mi opinión sobre las consecuencias de aquel asesinato masivo de españoles. Le dije: "Si ha sido ETA, ganará el PP. Si se confirma una autoría islamista, ganará el PSOE". No, no es que sea o fuese muy listo. Es que las cartas estaban marcadas y podían adivinarse fácilmente.
Muchos siguen creyendo que aquel 11-M de 2004 fue el día en que se jodió la España democrática. Según esa percepción, la llegada al poder de un socialista sin escrúpulos como José Luis Rodríguez Zapatero, fue el comienzo de la fragua sistemática de un nuevo Frente Popular formado por los separatismos y la izquierda socialcomunista, fragua que ha superado su continuador Pedro Sánchez.
Cayetana Álvarez de Toledo, en su libro Políticamente indeseable, adelanta a 2001 el momento crucial que describe como la traición del PSOE a sí mismo. "Recordé aquella lluviosa mañana de mayo de 2001 en Bilbao, cuando Felipe González abrió una grieta cruel en el más admirable experimento de reagrupación constitucionalista de toda la historia democrática: el pacto entre el socialista Nicolás Redondo Terreros y el popular Jaime Mayor Oreja para sustituir al PNV en el Gobierno vasco. Bastó un mitin y una frase: ‘Nicolás, no te equivoques, nuestros aliados son los del PNV’".
Un poco más adelante añade un matiz que convierte a las elecciones de 12 de marzo de 2000 en una nueva fecha capital de la tragedia nacional. Fue entonces, dice la autora, cuando Felipe González y Juan Luis Cebrián, hoy ambos en la lavandería política, compararon la victoria de Aznar por mayoría absoluta con la resurrección de Franco y exigieron a Zapatero un pacto con el nacionalismo contra la derecha. Y vaya si pactó.
En el misericordioso libro con las víctimas y con los españoles, La tribu caníbal, de Carlos R. Estacio, para mí el mejor y el más emocionante que se haya escrito en los últimos años sobre ETA y el PNV por cuanto nos revela cuán terrible y oscura es la realidad nacional que vivimos, se traza otra fecha para ilustrar el momento en que la España democrática comenzó a joderse.
Aceptando la importancia de las ya señaladas, en este libro se propone muy argumentadamente por qué el día en que el hispanófago Chapote le pegó dos tiros en la cabeza a Miguel Ángel Blanco, al que le debemos una vida, y lo abandonó agonizando, el 13 de julio de 1997, es el día en que España, que se había rebelado nacionalmente contra el chantaje y el crimen, fue definitivamente jodida por el separatismo coaligado de PNV (ETA) y CiU.
Ese día, que el autor propone sea considerado Momento Constitucional celebrable con una manifestación nacional por simbolizar, su muerte y la reacción cívica que produjo en los ciudadanos "la defensa apasionada de los derechos y libertades" de la nación española, fue el momento en que los separatismos vasco y catalán se conjuraron en el Pacto de Estella, espantados por una posible resurrección de la España digna y constitucional.
Se trataba de forjar un nuevo Frente Popular seduciendo (o acojonando) a las izquierdas social-comunistas para excluir al centrismo, a la derecha e incluso al socialismo cabal del futuro estratégico de su España roja para que pudiese llegarse a la España rota. La derrota policial de ETA fue travestida de diálogo y desde entonces la nueva hoja de ruta diseñada sobre todo por ETA ha sido secundada por la mayoría de los actores políticos, a izquierda y derecha.
Jaime Mayor Oreja, de quien había que huir como de un apestado —eso le dijo Zapatero a Aznar—, sin desconocer la importancia de todas estas fechas, sugiere que su último análisis España en el abismo, que el costurón de la vida nacional española procede además de la mala combinación que en la propia Constitución de 1978 se dio al "sistema abierto de poder autonómico" y a un "sistema electoral con sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas".
Su propuesta de mínimos políticos para articular una propuesta política nacional coherente y responsable dada la postración española sigue sin obtener el eco que debería haber conseguido su sentido común evidente. Día tras día, desde el cachondeo ya, carcelario y civil, de los asesinos de ETA al puterío corrupto con dinero público o al ninguneo internacional, España va dejando de tener existencia y sentido.
¿Qué cuándo se jodió España? Se preguntaba Joaquín Leguina: "¿Qué hemos hecho los españoles para merecer el castigo de seguir anclados en la Guerra Civil? Pues estar ciegos ante una realidad palpable". Hay a quienes interesa, y de qué manera, que los exclusivismos (los regionales y los de derecha e izquierda, como dejó dicho Menéndez Pidal) se extremen entre nosotros porque así nunca habrá una España democrática común, fuerte y próspera. Lo importante no es cuándo se jodió, sino quiénes, para qué y cómo la quisieron y la quieren jodida.
Si ni siquiera el vértigo del abismo nos hace reaccionar, la suerte estará echada.
