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Anna Grau

La hora de las verdades

De aquellos polvos progres vienen los actuales lodos wokes, cuando parece que la paz y la guerra son de goma y que la libertad la regalan junto con las palomitas a la puerta del cine

Pedro Sánchez en comparecencia desde Moncloa | EFE

Es pronto para decir qué va a pasar ahora en el mundo. Pero es tarde para ignorar que ya no se puede seguir negando o reinventando la realidad. El espejismo woke toca a su fin.

Bombardeando el poder nuclear iraní, Donald Trump ha hecho pedazos la quimera de que la guerra híbrida o a la carta equivale a la paz. Hace muchos años, demasiados años, que nos hemos acostumbrado a discursos y políticas que, pretendiendo "apaciguar", en la práctica nos dejan inermes frente a un horror que no por no querer verlo ni mencionarlo deja de ser.

La actual escalada bélica no es mérito de nadie. Sí es culpa de todos los que han frivolizado con la libertad y su defensa. No dudo de que no faltará quien salga estos días a jalear a Pedro Sánchez por negarse a que España asuma sus compromisos como miembro pleno de la OTAN, intentando presentarle como una especie de campeón antitrumpista. Qué vergüenza, Dios mío. ¿Qué más tiene que pasar para que nos sacudamos la trasnochada caspa progre de nuestras contradicciones, contradicciones que, con la que está cayendo, empiezan a ser de una irresponsabilidad criminal?

¿Se acuerdan del espectacular "cambio de opinión" de Felipe González sobre el tema de la OTAN? Del "de entrada, no", a gastarse lo que no había en un referéndum para convencer a un electorado borracho de antimilitarismo infantil y antiamericanismo barato de que sí, que la juerga se había terminado y había que entrar ahí. Que, con todos sus defectos, el bloque occidental era preferible a todas sus alternativas. Por cierto, hay quien dice que fueron los mayúsculos costes de ese referéndum histórico, el de la OTAN, los que dieron pie a la primera corrupción sistémica de este país. Que ahí se pudo poner la primera piedra del caso Filesa…

Yo era muy joven cuando nos llamaron a votar sí o no a la OTAN. ¿A lo mejor fue incluso la primera vez que voté? Me acuerdo de hablarlo con mi padre, un buen hombre catalán que tenía carnet de CDC y habría hecho cualquier cosa que le pidieran Jordi Pujol y Miquel Roca. Incluso, andado el tiempo, liarse la manta a la cabeza y declararse independentista…Pero todavía faltaba para eso.

Mi padre me conocía y conocía mi visión del mundo. Dio por tanto por hecho que yo votaría sí a la OTAN. Se quedó muy sorprendido cuando le dije que qué va, que iba a votar que no. Todavía más cuando escuchó mis argumentos: "Sí hombre, encima se lo voy a poner fácil a Felipe González para tomarle el pelo a todo el mundo". Mi padre me llamó frívola e irresponsable y nos fuimos a dormir enfadados.

Al día siguiente Miquel Roca vino a Sabadell, donde vivíamos. Mi padre acudió a verle presuroso. Volvió a casa cariacontecido e impresionado: "pues mira, hija, resulta que tenías tú razón, Miquel Roca nos ha dicho que votemos no a la OTAN por eso mismo, por joder a Felipe…como no hay ninguna duda de que al final vamos a entrar, dice Roca que nos lo podemos permitir".

Qué tiempos, qué ingenuidad. Empezando por la mía. Recordando aquello, me tiro de los pelos de cómo pude ser tan arrogante e incluso imbécil. Cómo pude reducir una cuestión tan importante a una batallita de política interior. Como si aquí fuésemos el ombligo del mundo y nos pudiéramos permitir hacer el indio sin pagar ningún precio.

Teníamos "razón" Roca y yo: al final entramos en la OTAN, el voto de pataleta en contra no tuvo ninguna consecuencia. Excepto, quizás, la no evidente en seguida, pero muy corrosiva a largo plazo, de reafirmarnos en que la negación irresponsable de la realidad sale gratis. Que las guerras que tú no quieres librar, ya las librarán otros.

Si yo pudiera volver atrás con todo lo que sé ahora, cambiaría mi no a la OTAN por un rotundo sí. ¿Quiere decir eso que estoy encantada con el mundo que vivimos? Ni de coña, ni de lejos. Quiere decir que estoy dispuesta a tomármelo en serio y a hacer mi parte. Y si no, calladita estoy más mona. Calladita y en el rincón de no pensar.

De aquellos polvos progres vienen los actuales lodos wokes, cuando parece que la paz y la guerra son de goma y que la libertad la regalan junto con las palomitas a la puerta del cine. Para nada, oiga. Todos tenemos derecho a querer transformar la realidad que no nos gusta. Pero el primer paso ineluctable para ello es verla cómo es, comprenderla. No confundir a las víctimas de un genocidio con sus verdugos. A las víctimas de una dictadura con enemigos de la democracia. Ni en Israel, ni en Ucrania, ni en Venezuela, ni en Leganitos.

Un último apunte que parecerá inane en comparación pero que no lo es en absoluto. La noche anterior al bombardeo americano en Irán, yo estaba viendo TV3, la televisión catalana. En el programa estrella de los sábados, Col.lapse, Ricard Ustrell entrevistaba a Olga Tubau, abogada de varias causas estrella. Fue la que metió en la cárcel a Barrionuevo y a Vera por el secuestro y tortura de Segundo Marey a manos de los GAL. También fue la abogada de Luis Rubiales. Como verán, no es una abogada apocada ni tímida. Hablando del caso Rubiales, mantuvo ante las cámaras de televisión la misma calma que ante el juez. Admitiendo que hasta sus hijas la criticaron en su día por aceptar la defensa de Rubiales –"parece mentira que hagas eso mamá, tú que siempre has sido tan feminista"…-, la señora Tubau pronunció una frase que yo creo que se debería grabar en mármol para las generaciones futuras. Dijo: "El feminismo nunca puede ser más importante que la presunción de inocencia". Todavía tengo la piel de gallina. ¿Es posible que estemos saliendo de un mundo mentiroso para llegar a la hora de la verdad, de todas las verdades?

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