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Alberto Míguez

Avanzada de nuestra nación...

Qué tiempos aquellos en que, mitad monjes mitad soldados, cantábamos en pantalón corto aquello de “Gibraltar, Gibraltar, punta amada de todo español/ Gibraltar, Gibraltar, avanzada de nuestra nación”, inolvidable romance del poeta falangista Pantaleón de Escalante.

Desde entonces, siempre que un ministro de Asuntos Exteriores tiene la peregrina idea de meter la nariz en esa apacible colonia británica, refugio de contrabandistas y mafiosos, sale trasquilado. El primer gobierno socialista, inspirado por el innombrable Alfonso Guerra, decidió sin pedir nada a cambio abrir sin restricciones la famosa verja fronteriza que al menos servía para demostrar una obviedad: la “punta amada” era económicamente inviable sin conexión con el hinterland español.

Abrir aquello sirvió a los “llanitos” para ponerse las botas, triplicar en diez años la renta per capita y convertir el territorio en un nido de bancos y cajas fuertes. Hoy hay más sociedades of shore que habitantes, y más traficantes que soldados británicos.

Por supuesto, las promesas de tratar “de todos los asuntos, incluidos los de soberanía” firmadas en Ginebra se quedaron en agua de borrajas y los británicos supeditaron el futuro de la última colonia en territorio europeo a la buena opinión y criterio de los colonizados algo que, por supuesto, no hicieron con Hong Kong simplemente porque los chinos no se dejaron y es difícil engañarlos como a chinos.

Todos los ministros de la democracia española desde Marcelino Oreja a Josep Piqué transitaron por la misma senda, haciendo escala en los mismos lugares comunes: primero se descubre la buena voluntad de los gibraltareños, después se escucha atentamente lo que los británicos dicen que quieren y después de bastantes meses de idas y vueltas, británicos y “llanitos”, todos juntos en unión, se salen con la suya: siguen utilizando la Roca como instrumento legal para sus negocios y tráficos mientras que, de vez en cuando, el Gobierno español hace un gesto hacia la galería, fulmina con algunas descalificaciones la existencia de una colonia en territorio europeo y... hasta la próxima.

El inolvidable Fernández Ordóñez hablaba del “cadáver en el armario” cuando se refería al Peñón, Solana insistía en la condición de socios y aliados que los británicos eran para España y les afeaba su mal comportamiento con una permanente sonrisa (¿o era mueca?), Matutes firmó una serie de concesiones (validez del documento de identidad gibraltareño y del carnet de conducir) sin que hasta ahora se sepa muy bien qué entregaron a cambio los hijos de la Gran Bretaña. Piqué acaba de calificar con toda justicia a la colonia como un lastre y un nido de traficantes... Y así sucesivamente.

Mientras tanto, ni uno solo de los acuerdos firmados o simplemente comprometidos por esa pareja de hecho que son el gobierno de Su Majestad y el “ministro principal” de la colonia, se ha cumplido, llámese uso conjunto del aeropuerto, compromiso para acabar con el contrabando y el blanqueo de dinero, fin de los vertidos tóxicos y de basuras en la bahía de Algeciras, etc, etc, y etc.

Para complicar un poco más el asunto, la pasional relación entre Aznar y Blair, concretada en varios picnics y excursiones campestres con sus santas esposas, parece haber servido de parapeto para evitar las periódicas reclamaciones y protestas por el insulto permanente que para cualquier país europeo constituiría soportar una situación colonial en la antesala del territorio nacional. Con la agravante actual de que, además de centro internacional de todos los tráficos imaginables entre el Mediterráneo y el Atlántico, puede convertirse en un coqueto taller de reparaciones para los submarinos nucleares de la Navy. ¿Quién da más?

Tras la inocente comprensión de los “intereses” gibraltareños, Piqué ha transitado por los dos capítulos posteriores como todos sus predecesores: indignación ante la burla permanente de las autoridades gibraltareñas que prometen y regatean para seguir haciendo su santa voluntad, e impaciencia ante una situación que se eterniza y que cada día que pasa se parece más a sí misma, se retroalimenta o la alimentan los “bobys” del lugar como hacen con los monos de la montaña y los pícaros abogados y tenderos de la Calle Real que pasan el fin de semana en Sotogrande y trabajan en los diversos tráficos durante el resto del tiempo. Lo mejor de los dos mundos.

Piqué, exasperado anunció el otro día en el Senado que se mantendrían las medidas restrictivas de modo que los visitantes y especuladores que viajan a la colonia necesitarán casi dos horas para pasar la frontera (una frontera, por cierto, que es un coladero). Y, naturalmente, se levantó el griterío acostumbrado entre los “llanitos” autodeterministas que desearían ahora convertirse en un Estado independiente o en un narcoestado con bandera, moneda, sellos y franquicias. ¿Cuánto tardará la autoridad británica en protestar por semejantes restricciones? ¿Y cuánto tardará la Guardia Civil en hacer la vista gorda? Se aceptan apuestas.

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