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Alberto Míguez

Diálogo de civilizaciones y diálogos para besugos

Probablemente, uno de los pocos resultados de la visita de Mohamed Jatamí a España sea el compromiso firmado con Aznar de promover en Madrid dentro de un año una Conferencia, reunión, seminario, jornada o cuchipanda sobre el llamado “diálogo de civilizaciones”, una idea muy querida por el “hayatoleslam” y presidente iraní, supuestamente contraria al “choque de civilizaciones” anunciado por algún teórico occidental.

Es un poco chocante que una Conferencia de estas características, erigida en teoría a predicar la tolerancia y la comprensión entre, por ejemplo, el Islam y el cristianismo y el judaísmo (las tres religiones monoteístas) sea promovida por un régimen que desde su nacimiento se ha caracterizado precisamente por oponerse a cualquier tipo de diálogo con los infieles y a promover las actividades más extremas dirigidas cortarlo de raíz.

A los promotores españoles de este disparate convendría recordarles lo que hicieron Jomeini y sus discípulos para exterminar por el fuego y la espada a quienes no compartían precisamente su civilización, su cultura y su religión, ya fuesen cristianos, judíos, zoroastristas, caldeos o incluso sunnitas. Y toda la ayuda que prestaron –y seguramente siguen prestando– a los más extremistas militantes del Islam rigorista chiíta con la esperanza para nada secreta de extender la religión del Profeta en todo el orbe por las buenas o por las malas.

Que ahora uno de los más genuinos representantes de un régimen maniqueo y dogmático, segregador y violador de los más elementales derechos humanos sea el promotor de este diálogo, se parece bastante a una broma de mal gusto.

Pero la broma va todavía más allá cuando se advierte que el “partenaire” o colaborador necesario de Jatamí en esta astracanada es José María Aznar, un político europeo, occidental y seguramente cristiano, que representa todo lo que Jatamí odia: un Estado laico y democrático, un régimen de libertades y tolerancia, un país de mercado libre donde se respeta a las mujeres y no se les emboza ni vela, donde no hay pena de muerte, no se apalea a los delincuentes, ni se obliga a la gente del común a ir a la mezquita o a la iglesia bajo pena de arresto o lapidación, donde no se piden antecedentes y certificados de practicar la religión del Estado para tener trabajo, donde se puede viajar al exterior y al interior sin cortapisas y donde se puede beber y comer lo que a uno le apetezca siempre que no sea tóxico o inconveniente para salud individual o colectiva.

Exactamente lo contrario de Irán, siniestra invención teocrática de un no menos siniestro “imán” que empezó su reinado asesinando a diestro y siniestro, incluidos sus más íntimos colaboradores, destruyó la economía del país, lo aisló de la comunidad internacional, le declaró la guerra a Irak por razones fundamentalmente religiosas (otra forma de “diálogo” entre civilizaciones: sunnitas contra chiítas) con un saldo de varios millones de muertos y que ahora descansa para la eternidad en uno de los bodrios arquitectónicos más horteras y cursis de cuantos hay memoria en estos siglos.

Que Jatamí y Aznar, mano a mano, vayan a sentar en la misma mesa a budistas, taoístas, animistas, evangélicos, católicos, sunnitas, cuáqueros, Bahais y drusos para dialogar e intercambiar ordenadamente sus opiniones parece tan poco probable como que Bush, Ben Laden, el Papa, Putin, Jiang Zemin, el Dalai Lama y la pitonisa Lola se reúnan en Albarracín a zamparse un asado de ciervo bien regado con vino de Cariñena y de postre, una queimada servida por Fraga. A estas fantasías ridículas les llamaba antes la inolvidable Codorniz diálogos para besugos. En este caso no se sabe quién es más besugo, si quien anuncia tan extravagante conferencia, quien la patrocina o quien le aplaude la idea.

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