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Alberto Míguez

Duhalde, uno de los nuestros

La elección (¿?) del nuevo presidente argentino, Eduardo Duhalde, ha provocado ya los primeros movimientos de descontento popular y todo indica que seguirán, porque la ciudadanía es todo menos estúpida y desde el primer momento intuyó que le ofrecían en bandeja para dirigir los destinos de la nación en los próximos 24 meses a un genuino representante de la corrupta clase política, bregado en mil batallas y escándalos, sobre el que pesan algo más que sospechas de corrupción, tráfico de influencias, apropiación indebida, prevariación y robo. Lo primero que ha hecho este pícaro ha sido descartar que el pueblo se pronuncie sobre su idoneidad mediante unas elecciones presidenciales anticipadas.

Duhalde ha sido todo lo que se puede ser en la política argentina y dentro del partido justicialista (peronista). En realidad no tuvo más profesión en sus 62 años que la de “político”, algo no precisamente muy honorable en las orillas del río de La Plata. Recorrió el turbio escalafón de la nomenclatura criolla: fue gobernador de Buenos Aires en dos ocasiones, vicepresidente de la República (con su íntimo enemigo, Carlos Saúl Menen, de quien dijo horrores), senador candidato a la presidencia y capo de la dirigencia peronista. Pocos políticos argentinos representan mejor a la corrupta clase dirigente, sus vicios y taras. Pocos tampoco conocen mejor a sus pares, compadres y compadritos.

Amigos y enemigos reconocen a Duhalde, sin embargo, algunos “valores” muy adecuados para el trabajo político en las alturas: no tiene lealtades ni ideología, carece de convicciones, no defiende valores, es adaptable a las circunstancias y no sabe nada de nada. Su ignorancia supina se une a una audacia sorprendente para hablar de lo que no sabe y tomar decisiones sin graduar las consecuencias. Duhalde dice a todos lo que quieren oír, aunque sea un disparate descomunal.

En cierta medida, Duhalde, es la otra cara de la medalla del derrocado presidente Fernando De la Rúa, que nunca tomaba decisiones, aunque la gente las pidiera a gritos. Y, cuando las tomaba, era tarde y además a nadie le importaban.

Algún extraño demiurgo conspira contra la República Argentina y sus ciudadanos, porque cualquier solución al disparate actual es siempre peor que la que viene. Tras cinco presidentes en una semana, parece que ahora le toca al turno al peor de los posibles. Aunque, eso sí, Duhalde es para la gavilla política porteña “uno de los nuestros” en el más puro estilo mafioso. Entre bobos anda el juego.

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