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Alberto Míguez

El amigo americano

Josep Piqué y Madelaine Albright firmarán en Madrid dentro de unos días una Declaración Conjunta sobre las relaciones España-Estados Unidos, un documento anunciado a bombo y platillo por Aznar en varias ocasiones y que pretende nada menos que “revisar” estas relaciones entre los dos países y adaptarlas al “nuevo papel internacional” que, al parecer, juega ahora España.

Cuatro folios para completar tan altisonante desafío son muy pocos folios. Como suele suceder en tales circunstancias, la montaña parió un ratón.

Desde que en 1989 España y Estados Unidos firmaron un nuevo Acuerdo de Defensa en el que supuestamente se reducía la presencia militar USA en territorio español, estaba pendiente de negociarse un nuevo Convenio o Tratado que se adaptara a las nuevas circunstancias estratégicas del país tras su ingreso en la estructura militar de la OTAN y el papel mucho más activo asumido por las fuerzas armadas españolas en operaciones de paz.

Algunos entre los que me cuento, siempre creímos que la presencia de España en la Alianza Atlántica no se justificaba si no fuese como miembro de pleno derecho y totalmente integrado, esto es, asumiendo su papel de país occidental y atlántico de modo que la integración plena en la estructura militar fuese el correlato lógico de una adhesión total.

Algunos creían también –y razón no les faltaba totalmente-- que la integración total en la OTAN y la participación activa en las labores militares de la Alianza debería tener cierto reflejo en la especial relación estratégica que España mantiene desde hace muchos años con Estados Unidos.

En pocas palabras y parafraseando lo que algunos gritaban en las manifestaciones de rechazo en los años setenta y ochenta (”OTAN, no, bases fuera”), OTAN sí, bases no.

España es un portaviones cómodo y sumiso para la superpotencia cuyas prestaciones de seguridad resultan en algunos casos abusivas y, desde luego, desequilibradas. Las llamadas “bases de utilización conjunta” (que en realidad son bases americanas en territorio español, quien no se contenta es porque no quiere) donde se otorgan “facilidades de uso” a las fuerzas USA deberían ser objeto de una nueva evaluación.

Las relaciones militares hispano-norteamericanas tendrían que procesarse en un terreno de igualdad y armonía: hoy, sinceramente, se caracterizan precisamente por lo contrario. Los españoles entenderían muy bien la existencia de una (o varias) bases de la OTAN en el territorio nacional pero no entienden que se mantengan varias bases norteamericanas como simple “relais” de operaciones militares, en las que nada o casi nada nos va ni nos viene.

Este capítulo debería clarificarse y adaptarse a las nuevas realidades. Probablemente lo primeros interesados en que así sea son los propios norteamericanos. Hay pocas posibilidades, sin embargo, de que así sea : no hubo verdadera renegociación con los socialistas que utilizaron el argumento para salir del batiburrillo del referéndum sobre la OTAN en que se habían metido irreflexivamente y menos las habrá con los conservadores o centristas de Aznar, cuya política de veneración ciega a la superpotencia sorprende y, en algunos casos –recordemos la visita de Al Gore a Madrid--, escandaliza.

Por lo demás, y según fuentes diplomáticas, la Declaración Conjunta que firmarán Piqué y Albright prevé apenas una leve “revisión técnica del Convenio de 1989”.

La misma Declaración propone también establecer una cooperación bilateral urbi et orbi, tan extensa como ambigua e inconcreta en temas tales como el terrorismo, el narcotráfico, la lucha contra el crimen organizado, las “enfermedades pandémicas” ( ¡ébola y sida!) y la destrucción de medio ambiente.

Para un documento que firma una secretaria de Estado a la que le quedan ¡diez días! en el cargo (la declaración se firma el dia 11 y la nueva Administración USA se estrena el 20) no está mal. Pero aunque la Declaración fuese apenas un papel en blanco, la parte española la firmaría sin ambages. El amigo americano es mucho amigo.

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