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Alberto Míguez

Tu me das una cosa...

Al rey de Marruecos lo despidieron sus huéspedes españoles con un chorreo de créditos, reconversión de una parte de la deuda, sonrisas y lágrimas. Las lágrimas se disimularon, pero a nadie le gustó el “niet” del ministro Benaissa (Exteriores) sobre el imposible Convenio Pesquero. A cambio, los empresarios no tuvieron pelos en la lengua cuando le dijeron a Mohamed VI que la asfixiante burocracia –cuando no la corrupción- del régimen dificultaba al máximo las inversiones y los negocios en común. Que cada palo aguante su vela.

La pregunta que ahora se hacen muchos es si después de las efusiones y los besamanos, los discursos de circunstancias y los recordatorios incómodos (el Sahara en el caso marroquí, Ceuta y Melilla para España) esta visita tan esperada habrá servido para algo y los demonios familiares no volverán a envenenar las relaciones como ha venido sucediendo en los últimos años.

Si España ofrece ayuda a Marruecos para fomentar su economía en dificultades y anima al monarca para que prosiga su tarea de liberalización y apertura, lo lógico sería que los marroquíes hicieran algún gesto en la dirección deseada: emigración ilegal, lucha contra las mafias, pesca. ¿Lo harán? Hay motivos para dudarlo.