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Alberto Míguez

¿Y ahora qué?

La rápida e impecable operación de las fuerzas armadas españolas para recuperar el islote de Perejil tendrá, qué duda cabe, consecuencias políticas, económicas y sociales sobre las relaciones de España con Marruecos tan deterioradas en los últimos meses y que alcanzaron desde el 11 de este mes un punto de no retorno. En el comunicado oficial donde se anunciaba la operación, el gobierno español mostraban su voluntad de recomponer las relaciones con el régimen marroquí. Sin duda se trata de una tarea necesaria y urgente además de nada fácil.

Conviene no engañarse. La estúpida e injustificada ocupación del islote y las irresponsables declaraciones posteriores del gobierno marroquí reivindicando una acción tan ilegal como torpe para los propios intereses del reino cherifiano, el tono prepotente y agresivo de un individuo como Mohamed Benaisa, ministro de Exteriores marroquí o del propio Abderrahmán Yusufi, primer ministro, difícilmente podrán olvidarse en los próximos meses y años. Habrá sin duda un antes y un después y eso deberían haberlo previsto los dirigentes marroquíes antes de embarcarse en una operación tan inútil como inoportuna precisamente contra un país que ha demostrado a lo largo de los últimos años una insólita capacidad de comprensión, tolerancia, solidaridad y respeto hacia un régimen que acaba de demostrar con los hechos que no merecía ni la consideración ni el respeto ofrecidos.

Marruecos sale de esta prueba muy tocado. La solidaridad internacional lograda se limitó a la capitidisminuida Liga Árabe que se ha distinguido en los últimos treinta años por su incapacidad de resolver ni uno sólo de los eternos rifirrafes que separan con locura fraticida a los países árabes. Ni siquiera el protector principal del “joven rey” marroquí, Estados Unidos, levantó la voz para sugerir –era de libro– una solución negociada y razonable. Un simple vistazo al mapa debería convencer ahora a los dirigentes del reino que su soledad es clamorosa y que en sus fronteras exteriores sólo tiene enemigos (Argelia, Frente Polisario, incluso Mauritania) o amigos reticentes como inevitablemente será el caso con España durante una larga temporada.

Después de este incidente, cabe ser relativamente pesimista sobre el futuro del régimen marroquí. Le sobran amenazas y la faltan recursos para conjurarlas: la recomposición de las relaciones con España será complicada, aunque deseable, porque a la nación española le interesa un vecino próspero y estable. Estabilidad, prosperidad, decencia y sentido común faltan dramáticamente en el “amable vecino del Sur” como rezaba un viejo slogan turístico. En cuanto a su clase política, sinceramente el pueblo marroquí se merecía otra cosa. Con ese puñado de cínicos y corruptos el viaje a ninguna parte está asegurado.

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