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Alicia Delibes

Libertad y equidad

Para la izquierda, y para casi todos los pedagogos progresistas, lo más impresentable de la futura Ley de Calidad de la enseñanza es el proyecto de separar a los alumnos a partir de los 14 años en diferentes itinerarios y según su propia elección. El argumento que utilizan es que es una medida segregadora, que se carga el mayor logro alcanzado por la LOGSE, la “equidad”, y que sin “equidad no hay calidad”.

Pues bien, comprendo que el PSOE quiera mantener por encima de todo ese modelo de enseñanza “unificada” con el que sueña desde que, en el Congreso del Partido de 1915, presentara su primer programa educativo para España. Lo que no comprendo es a tanto pedagogo beato que repite, sin saber lo que dice, que, una vez conseguida la equidad, lo que se debe hacer es lograr una mayor calidad.

Creo que está suficientemente probado que encerrar durante siete u ocho horas diarias a un grupo de adolescentes en una clase sin tener en cuenta ni su capacidad para el estudio ni su interés por él, es un desacierto pedagógico incompatible con la aspiración de impartir una buena enseñanza. Pero es que además, se debería explicar mejor que la tan cacareada equidad es un atentado contra la libertad individual y que el igualitarismo está reñido con la libertad. Claro que para eso habría que conseguir que todos esos estudiantes de pedagogía en vez de memorizar esa infinidad de manuales que suelen ser interpretaciones pedantes y soporíferas de la pedagogía totalitaria de Rousseau o del estructuralismo de Piaget, pensaran, leyeran y buscaran entre las obras de otra gente menos dogmática. Y es que, por ejemplo, si alguno se hubiera atrevido a acercarse a Karl Popper hubiera descubierto que al filósofo austríaco le llevó bastante tiempo reconocer que la libertad y la igualdad resultan incompatibles, que un mundo igualitario y libre “no es más que un bello sueño; que la libertad es más importante que la igualdad; que el intento de realizar la igualdad pone en peligro la libertad, y que ni siquiera puede haber igualdad entre los que no son libres”.

Estas palabras, con las que Popper en su autobiografía explicó lo que fue el gran descubrimiento intelectual de su vida, vendrían al pelo para dejar claro de una vez que es imposible una enseñanza “de calidad” montada sobre el sagrado principio de “la equidad”, a no ser que se esté dispuesto a renunciar al respeto por la libertad individual

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