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Amando de Miguel

España, patas arriba

La realidad española es la grisura de una democracia con tintes autoritarios.

La realidad española es la grisura de una democracia con tintes autoritarios.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

No cabe duda. Siempre ha sido España una tierra de grandes contrastes y disparidades. Es algo que fascina a los visitantes extranjeros. España, ya, no es un país agrario, como lo era hasta hace tres generaciones. Empero, las actividades económicas más rentables rozan la legitimidad social y, sobre todo, aportan pocos puestos de trabajo calificados. Me refiero al tráfico de drogas alucinógenas, las loterías y juegos de azar. Parece que son los negocios más prósperos.

En la superestructura política, las cosas van manga por hombro. Por ejemplo, no tiene pies ni cabeza la declaración de la ministra de Igualdad sobre el carácter de "núcleo familiar" que hay que dar a los jóvenes que comparten una vivienda. A ese conjunto, se le denominaba, antes, "república". En el fondo, el Ministerio de Igualdad lo que desea es que se proscriba la familia y se proclame la República. Se trata de una pretensión tan estúpida como la solemne declaración del jefe de Gobierno, Manuel Azaña, en los comienzos de la II República: "España ha dejado de ser católica". A lo mejor fue la coartada para la general quema de iglesias, con la que se estrenó la República.

Lo más llamativo del Gobierno actual es el derroche del espíritu de Robin Hood: generosas dádivas a los "colectivos" o "chiringos" afectos a la progresía. Son el vivero de una incesante campaña electoral. La extraña paradoja es que el presidente del Gobierno ni siquiera puede aparecer en un lugar público sin que le abucheen. Es un suceso insólito en la historia de nuestra democracia.

Ante la atroz sequía que hemos padecido este año, no se entiende que el Gobierno se haya desentendido de construir nuevos embalses y trasvases de cuencas. Quizá, sea consecuente con la creencia de que ese tipo de obras públicas era un distintivo de la política de Franco. Oficialmente, hay que esforzarse todo lo posible para hacer ver que no existió. Esa es la doctrina de la "memoria histórica" o "democrática", una entelequia.

En el aspecto estrictamente político, lo que más extraña a los visitantes extranjeros es que los partidos secesionistas (fundamentalmente, vascos y catalanes) gocen de un cierto privilegio según la ley electoral. Téngase en cuenta el hecho de que los dirigentes de esos partidos no se consideran españoles; es corriente que, incluso, se abstengan de pronunciar la palabra "España". En su lugar, prefieren decir "Estado". Desde luego, no reconocen los símbolos nacionales (bandera, himno, fiesta). No solo eso. Casi todos los partidos secesionistas apoyan al Gobierno actual, nominalmente socialista y comunista. También resulta extravagante que los secesionistas (con la excepción ocasional del Partido Nacionalista Vasco) se consideren de izquierdas o progresistas. En fin, un galimatías.

El contraste político más grave es que los españoles, al verse tratados por el poder como "ciudadanos y ciudadanas" (perdón por la redundancia), acaben creyendo que viven en una democracia plena. No se percatan de que la realidad española es la grisura de una democracia con tintes autoritarios. El error de percepción es parecido al del pez en el océano; no se da cuenta de que vive en el agua. En este caso, la metáfora se refiere al ambiente autoritario, del que no se puede salir.

El autoritarismo basal, que rige en España, no es tanto una tacha de los que mandan como la actitud conformista, incluso, servil, de muchos contribuyentes. Asombra el hecho de que una buena proporción de las clases ilustradas acepten, sin rechistar, la acción de la propaganda gubernamental. La cual se apoya en el hecho de que el Gobierno controla, para su beneficio, la mayor parte de los medios de comunicación. Tampoco se entiende que lo que se llamaba clase obrera o trabajadora acepte el papel sumiso de los dos principales sindicatos, más parecidos a los "verticales" del franquismo. Eso sí que es "memoria histórica" en su aspecto sarcástico.

Si bien se mira, tampoco debería ser un drama irremediable que la "transición democrática" haya supuesto algunos elementos de continuidad respecto al régimen anterior. Ahí entraría, por ejemplo, una cierta "pulsión autoritaria", que arrastra la sociedad española contemporánea. Fallecido Franco (en una cama de la Seguridad Social), la salida alternativa de una "ruptura" habría significado, acaso, la tragedia de una nueva guerra civil. Al menos, la hemos evitado.

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