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Aníbal Romero

Estrategia para la victoria cívica

Es crucial definir la victoria que se ansía obtener frente a Hugo Chávez y su ”revolución”. Esa victoria debe ir más allá de lo político y adquirir también una dimensión moral, en el sentido de implicar un verdadero y positivo aprendizaje de nuestra sociedad hacia el futuro.

Una mayoría eligió a Chávez en 1998 y le reafirmó su respaldo en sucesivas elecciones. No tiene sentido quitárnoslo de encima de cualquier forma, como si la existencia política de una nación fuese cuestión de juego. El dilema que estamos enfrentando a raíz del fracaso del ‘proceso’ es un asunto serio, que exige de los venezolanos una profunda toma de conciencia sobre nuestra responsabilidad ética como ciudadanos. Hay que buscar la salida de Chávez del poder, sin duda; pero hay que hacerlo de modo tal que lo que venga después constituya un paso hacia adelante para el país, y encierre lecciones duraderas para nuestra sociedad, hasta el presente acostumbrada a la superficialidad y la reacción puramente emocional en materia política.

La victoria a alcanzar debe ser cívica y no-violenta. Si la salida de Chávez del poder desata la violencia, ésta debe quedar plenamente del lado del gobierno, y no de la oposición democrática. Es un error imperdonable susurrar en los oídos de los militares para incitarles al golpe de Estado. El sector institucional de la Fuerzas Armadas derrotó los golpes de 1992, y la dirigencia política desperdició esos triunfos. No debemos ahora los civiles solicitarles que otra vez nos saquen de aprietos, y es inconveniente que los militares sigan ejerciendo un protagonismo político en la vida nacional. La victoria contra Chávez debe ser cívica y el método no-violento. La intervención militar, si se produce, debe corroborar la victoria cívica, no sustituirla.

Lo que está haciendo el grueso de la oposición es correcto: ampliar las bases sociales de la protesta, promover la resistencia principista, asfixiar los espacios de la ‘revolución’ y deslegitimar al gobierno de Chávez, hasta lograr que el entramado institucional, a pesar de sus precariedades, empiece a moverse contra el propio ‘proceso’. Lejos de ser imposible, éste camino es probable, pero requiere prudencia y paciencia, dos cualidades de las que carecen muchos que votaron por Chávez y hoy están decepcionados.

En su momento, acciones masivas como una huelga general indefinida podrían plantearse, pero su preparación y ejecución no deben improvisarse. Lo clave es que la salida de Chávez del poder no nos empuje hacia otro abismo de inestabilidad congénita y anarquía creciente. Para ello la transición hacia una nueva República debe suscitar un aprendizaje social creativo, y sentar las bases morales de un enjuiciamiento al presidente que no sea percibido como un acto de venganza, sino como la justa e imperiosa acción de un conglomerado social que asume sus responsabilidades históricas y las reclama de sus dirigentes. Esa transición debe también dejar atrás definitivamente la figura de Chávez y lo que representa: el autoritarismo, la demagogia y el abuso del poder.

Un posible juicio a Hugo Chávez será también un juicio a nosotros mismos: a la sociedad que le apoyó, le eligió, y le acompañó por casi tres años de desmanes, mentiras y desatinos; que le permitió torcer el rumbo de nuestra política exterior, minar nuestras alianzas estratégicas, humillar y corromper a nuestra Fuerza Armada, hacer causa común con los enemigos del país en la guerrilla colombiana y la Cuba castrista, despilfarrar sin controles los dineros públicos, dividirnos mediante la prédica del odio, irrespetar a la Iglesia e intimidar a los medios y los periodistas. Ese Chávez, el mismo de hoy día, gozó de amplios márgenes de apoyo mientras hacía todo eso. De modo que no podemos sencillamente echar estos años al cesto de la basura. Tenemos que actuar con responsabilidad, pues de lo contrario el porvenir nos lo cobrará.

El juicio a Chávez es necesario, pero no debe concebirse como catarsis o responder a la venganza. Por ello la victoria de la oposición democrática debe tener un contenido moral. A Hugo Chávez debe enjuiciársele por tres causas principales. En primer lugar por haber promovido un rumbo revolucionario, que de modo inevitable implicaría, de cumplirse sus objetivos, el establecimiento de una dictadura y el aplastamiento de un amplio sector nacional opuesto al colectivismo marxista. En segundo lugar por haber comprometido severamente la seguridad del país, colocándose al lado de regímenes y movimientos subversivos. En tercer lugar, por abuso de poder, despilfarro y corrupción con los dineros del Estado. Ese juicio debe ser aleccionador, para él y para todos, y servirnos para construir un mañana en el que errores históricos como Hugo Chávez jamás tenga cabida.

©AIPE

Aníbal Romero es profesor de Ciencia Política, Universidad Simón Bolívar de Venezuela.

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