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Antonio Robles

La violencia etarra es rentable

No deberíamos olvidar que si en una sola ocasión la violencia de ETA consigue arrodillar al Estado de Derecho, a partir de ese momento todos se podrían sentir legitimados a hacer lo propio.

"Con la violencia no se consigue nada", nos solemos decir para acobardar a los violentos y convencerles de su inútil empresa. Pero nos mentimos, necesitamos engañarnos para sentirnos seguros. Sólo es un conjuro que vemos hecho trizas cada vez que un bárbaro apaliza a su mujer o una banda mafiosa reduce al silencio a sus colaboradores, de por vida.

Se confunde aquí el ser de las cosas, con lo que podrían ser o deseamos que fueran. Todos querríamos creer que la violencia de ETA es un callejón sin salida, pero su persistente agresividad ha conseguido sentar en una mesa de negociación al mismísimo presidente del Gobierno español y ha obligado a millones de ciudadanos a gritar paz donde querrían decir justicia. A la fuerza ahorcan. ¿Quién se rebajaría a negociar con un enemigo del Estado si no tuviera capacidad para infringirle daño? O denle la vuelta a la pregunta: ¿Qué político estaría dispuesto a perder el rédito electoral de acabar con ETA? ¿Acaso creen que si ese volkgeist vasco no hubiera tenido credibilidad terrorista, la asimétrica cesión de los derechos forales hubiera sido aceptada? ¿Creen de verdad que el ex presidente del Parlamento vasco Juan María Atutxa hubiera podido desobedecer al Tribunal Supremo si el nacionalismo etarra no hubiera creado las condiciones adecuadas para obligar al Gobierno a guardar prudencia? Y puestos a dudar, ¿creen en serio que el primer Estado Moderno de Europa se mostraría tan pusilámine ante un Parlament de Cataluña dispuesto a sobrepasar los límites de la Constitución con un Estatut predemocrático? ¿Quién temería los desvaríos de un parlamento autonómico sin la amenaza directa o indirecta, propia o ajena de la violencia?

Explíquenme sino por qué Zapatero se pliega al violento integrismo islámico y chulea al cristianismo pacífico de casa. Ese es el poder de la violencia y el alma de los cobardes; abusan del débil, se pliegan al fuerte.

No son los lirios verbales de ZP, sino la violencia legítima de Estado la que ha doblegado a ETA durante el anterior mandato de Aznar. Si ésta tuviera y pudiera, querría seguir hasta conseguir sus fines, pero la sangre del 11-M le mojó la pólvora.

Me resulta fascinante comprobar cómo los defensores de los principios democráticos son tildados hoy de carcas y antiguos por el mero hecho de pedir lo obvio: justicia antes que paz. Seguramente esos ciudadanos que se sienten hoy moralmente superiores a estos por el mero hecho de pronunciar la palabra paz, ayer exigían la derogación de la "Ley de Punto Final" que había amnistiado a los militares de la última dictadura argentina. ¿Es que ya no se acuerdan de cuando exigían por los 30.000 desaparecidos argentinos "Verdad y Justicia"? ¿Acaso olvidaron ya su lucha "Contra el Olvido y la Memoria"? ¡Cuánta soberbia para defender los principios democráticos a miles de kilómetros, cuánta indignidad aquí!

El sectarismo y el control de la información explican en buena medida estas reconversiones súbitas, pero es posible que sea el cansancio de la violencia misma el que haya desarmado a la sociedad civil y ablandado al Gobierno de la Nación. ETA ha conseguido hacerse insoportable para una sociedad acomodada y cobarde, cada vez menos resistente a la frustración y al sacrificio ético. La violencia asusta y cansa.

Sí, la violencia tiene consecuencias, pero comprender este problema no es compartirlo; comprender la fuerza de la violencia es no infantilizar las respuestas contra ella. Por ello, los ciudadanos y, sobre todo, el Gobierno que nos representa, no deberíamos olvidar que si en una sola ocasión la violencia de ETA consigue arrodillar al Estado de Derecho, a partir de ese momento todos se podrían sentir legitimados a hacer lo propio.

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