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Una reciente encuesta llevada a cabo en Venezuela, muy profesional y fiable, demuestra que, finalmente, la popularidad del coronel Chávez ha caído en picado. Lo apoya algo más del treinta por ciento de los venezolanos. Se opone a él algo menos del setenta. Entre quienes lo rechazan están los niveles sociales altos -sectores A y B- y también, por primera vez, tiene en contra a la mayoría de los niveles sociales bajos: C, D y E. Era perfectamente natural que esto ocurriera. A los dos anos de haberse estrenado como presidente, Hugo Chávez ha dado muestras de una incapacidad minuciosa para ejercer el poder con una mínima dosis de cordura.

El dato tiene una importancia que trasciende la aritmética electoral. En Venezuela la sociedad se va polarizando, y hay una evidente crispación en las Fuerzas Armadas, que ven con gran preocupación la creciente presencia de militares y agentes cubanos discretamente insertados en los centros de mando. Pero mientras comienza a oírse el ruido de los sables, el coronel, en lugar de rectificar el camino tercermundista elegido para los venezolanos, apremiado por un Fidel Castro que le aconseja los peores disparates, insiste en él y acentúa su radicalismo sin el menor sentido de la realidad.

Mientras Chávez tenía el apoyo de una holgada mayoría, tal vez se podía dar el lujo de jugar al castro-gadaffismo (menuda combinación) sin demasiado riesgo. Pero ahora, sin popularidad, y tras haber convencido a una buena parte de los venezolanos de que es lo allá llaman "un loco de carretera", es muy probable que sus enemigos busquen una manera de sacarlo del poder. Una fórmula es declararlo demente y colocarle la clásica camisa de siete varas. Es decir: la que sirve para sujetar a los orates. Algo de esto ya le hicieron al ecuatoriano Bucharam. Alguien, por cierto, que, comparado con Hugo Chávez, es todo un modelo de sensatez y equilibrio emocional.

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