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Carlos Sabino

Los dilemas de Hugo Chávez

Algunos analistas piensan que, durante las últimas semanas, el gobierno de Chávez ha estado retrocediendo. Ha nombrado a un civil ministro de Defensa, una novedad en la política venezolana, y el "número dos" del régimen, Luis Miquilena, se ha mostrado desusadamente conciliador durante los viajes del presidente. Hasta el mismo Chávez ha prometido que reduciría el número y acortaría la duración de sus famosas "cadenas" televisivas, verdadera tortura mediática que sufren los venezolanos que no poseen "cable".

Se trataría, en el mejor de los casos, de un cambio en el tono y en el estilo, de una momentánea disminución de la agresividad y una actitud un poco menos conflictiva hacia sus enemigos. Mientras algunos tienen la expectativa de que esto resulte el presagio de un verdadero cambio, otros piensan que no hay más que un simple movimiento táctico, de corta duración, encaminado a superar las dificultades que se van acumulando en la gestión del gobierno. Aunque todavía es muy temprano para sacar conclusiones al respecto, el momento parece oportuno para que tratemos de evaluar los cursos de acción que se abren ahora al presidente.

Chávez parece estar comprendiendo, a dos años de haber asumido el poder, que se ha iniciado una cuenta regresiva. Sus amenazas y sus bravatas, sus grandes proyectos políticos y su "revolución bolivariana" dan la impresión de estar naufragando en medio de la incompetencia y la falta de ideas concretas, de la intrascendencia de una obra de gobierno que no existe más que en las palabras y en la imaginación de los altos funcionarios, de una gestión que todavía no ha logrado meter preso a un solo corrupto ni proveer, siquiera, de cédulas de identidad a la ciudadanía ni de placas para los carros que circulan por Caracas. Su popularidad va descendiendo, aunque todavía lentamente, pero se encienden las luces rojas en el panel de alarma del carismático comandante. Algo hay que hacer, tal vez se está diciendo, para detener el lento pero inevitable camino del deterioro.

El problema, en este punto, es que las alternativas verdaderamente no son muchas. En política, y más aún en economía, no se pueden inventar modelos como quien crea nuevos productos en el gabinete de diseño: las opciones congruentes son verdaderamente pocas, y todas tienen además sus costos y sus limitaciones. No hay duda que entre ellas Chávez, por su estilo y su formación, preferiría la de una república vertical y autoritaria, de inclinación socialista, como la que ha construido para desgracia de los cubanos el veterano Fidel Castro en su isla. Pero esta alternativa, a mi juicio, se ha hecho ya imposible: son demasiadas las resistencias que despierta -aun entre la población que lo apoya- e infinitos los temores que suscita, ni tiene nuestro caudillo, como lo tuvieron antes otros líderes, el apoyo internacional de la Unión Soviética.

El segundo camino, el que resultaría más fructífero, es el de realizar por fin las reformas que Venezuela necesita desesperadamente para salir de la pobreza. Reformar el estado, abrir la economía, aceptar que el mercado es mucho más eficiente en la creación de riqueza que el estatismo en que nos venimos consumiendo. Se trata de un proyecto de modernización que pasa por las privatizaciones, la reforma de la seguridad social, la integración económica con el hemisferio y la desregulación de la economía. Pero Chávez y su equipo son completamente reacios a iniciar la marcha por una vía que califican con los más duros términos y que, de seguro, provocaría también no poco desconcierto entre sus seguidores.

Queda, entonces, la menos original propuesta de seguir una "tercera vía". Más allá de las grandilocuentes palabras esto significa continuar con el modelo de intervencionismo estatal que ha seguido Venezuela en las últimas décadas, apoyándose en unos precios petroleros lo suficientemente altos como para que el estado pueda repartir beneficios y dinamizar la economía. Lo malo de esta opción es que ya ha fracasado, y lo ha hecho tan visiblemente como para que los venezolanos eligieran, precisamente, a alguien como Chávez para ejercer el poder.

Los dilemas se multiplican, Chávez vacila, pero el país no arranca. Esperemos, para nuestro bien, que el impulsivo caudillo, por una vez, escoja la respuesta correcta.

© AIPE

Carlos Sabino es Corresponsal en Caracas del servicio de prensa AIPE.

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