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Carlos Semprún Maura

Como un ciego en una autopista

Francia tiene los mejores hospitales del mundo, la mejor seguridad social del mundo, el mejor ejército, la mejor tecnología del mundo, la mejor cocina, los mejores vinos, los mejores quesos del mundo, la mejor enseñanza del mundo, y su excepción cultural constituye un modelo para el mundo. Estas y otras bobadas las oímos a diario todos los extranjeros residentes en Francia y, claro, todos los franceses, con la diferencia de que ellos se lo creen y nosotros no.

Lo nuevo, lo que merece subrayarse, es que algunos franceses, conscientes de que la diferencia entre el autobombo oficial y mediático, que ha calado hondo en la opinión pública, y la realidad es tan abismal que comienzan a inquietarse, e incluso a protestar. Puede que esto no sea más que una vela en el horizonte, oteada por náufragos y que desaparece en el poniente, sin detenerse, pero que alguna fisura aparezca en la muralla de la unanimidad chovinista no puede sino alegrarme.

Después del tremendo libro de Nicolas Baverez La France qui tombe, en el que analiza todos los sectores de la vida política, económica, cultural francesa, demostrando que todo va mal, pese a la propaganda (y la propaganda va peor), dos jóvenes periodistas del semanario Le Point, Romain Gubert y Emmanuel Saint-Martin, acaban de publicar: La arrogancia francesa. Desmenuzando con feroz ironía no sólo las declaraciones, los discursos, los insultos inclusive, sino también la acción política concreta, arrogante y chovinista de Francia, esencialmente en el último periodo de la cohabitación Chirac/Jospin, y el actual, tras la reelección de Chirac a la Presidencia, los autores consideran que Francia no sólo no tiene los medios políticos, militares, económicos, para imponer a Europa y al mundo sus ambiciones, sino que además esta arrogancia es, y será, cada vez más catastrófica para los franceses. Resumiendo, piden más realismo y sobre todo más modestia de parte de sus dirigentes políticos.

Yo reprocharía, sin embargo, a este excelente trabajo periodístico una insuficiente “jerarquía” en sus críticas, porque si los insultos de Chirac y de su cupletista de Villepin a dirigentes polacos, húngaros, rumanos, como a Aznar, Blair, Berlusconi (sin hablar de la Casa Blanca), son grotescos e indignantes, son menos graves, in fine, que la traición francesa a la solidaridad democrática internacional, como en el caso de Irak, que no es el único; o su política colonialista en África, donde su petróleo tiene sabor a sangre, como el propio proceso ELF ha puesto parcialmente de manifiesto; o su voluntad hegemónica en la construcción europea.

Se ha puesto de nuevo en evidencia en la reunión intergubernamental de Roma, en la que durante su conferencia de prensa, Chirac afirmó que, evidentemente, iba a votarse la Constitución europea, ya que no veía quién iba a atreverse a votar contra una Constitución tan “francesa” y por lo tanto santa. Los medios galos unánimamente insisten en que todos los “grandes países” están, más o menos, de acuerdo, y que sólo España y Polonia discrepan. Había que leer muy detenidamente los artículos para enterarse de que los países que discrepan son 17 sobre 25. De todas formas resultó ser una cacofonía, en la que se puso en evidencia que si “todos los cerdos son iguales, los hay que lo son más”, citando a Orwell.

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