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Carlos Semprún Maura

Cuando Sagan se enfadaba...

Antaño, en los conservatorios y en las escuelas de arte dramático, lo primero que se enseñaba a los alumnos era a articular. Todas las actrices recordaban los famosos ejercicios de dicción, que se han abandonado "por ser de derechas".

Una vez le preguntaron a Françoise Sagan qué pensaba del cine francés de la época y respondió enfurecida: "¡Es horrendo! Pobres mujeres que tienen dificultades para llegar a fin de mes, para pagar el alquiler y están con sus lavaplatos y lavadoras estropeados. Van al cine y sólo ven a mujeres con dificultades para llegar a fin de mes, para pagar el alquiler y con sus lavaplatos y lavadoras estropeados. El cine no es eso, sino ensueño, fantasía, imaginación, aventuras prodigios...". Esto lo decía en los comienzos de la "excepción cultural francesa".

Pese a su peculiar manera de hablar, yo la comprendí perfectamente y me sumé a sus desilusiones. Y, además, resulta que últimamente no entiendo nada de lo que dicen las actrices francesas de nueva generación (a los varones les entiendo un poquitín mejor). Esto no debería tener demasiada importancia, ya que hace años que no veo películas francesas, pero resulta que con los doblajes me pasa lo mismo: de los labios de las actrices no salen frases o palabras, sino gruñidos, murmullos y algún grito. Pensaba que podía ser culpa mía, debido a la edad y a una incipiente sordera. Pero no, da la casualidad de que estas últimas semanas he visto a varias personas relacionadas con el cine, la televisión o el teatro –actrices, actores, técnicos, realizadores, ayudantes de dirección...– y todos decían lo mismo: no se entiende nada de lo que dicen las nuevas actrices y la mayoría de nuevos actores. Se barajaron varias explicaciones, pero coincidimos todos en que, como en casi todo, la culpa la tiene la enseñanza pública.

Antaño, en los conservatorios y en las escuelas de arte dramático, lo primero que se enseñaba a los alumnos era a articular; era algo así como la barra para los bailarines. Todas las actrices recordaban los famosos ejercicios de dicción, con el lápiz entre los dientes. Todo eso, como el dibujo en las academias de pintura, se ha abandonado "por ser de derechas", y nos hemos quedado con el angustioso problema de las neveras estropeadas explicado por unas actrices que no vocalizan.

Como es lógico, la conversación sobre este fenómeno pasó de la miseria a la "excepción cultural": cuanto más mediocre, más francesa. También hablamos del proyecto de supresión de la publicidad en las cadenas estatales de televisión y me enteré de que las empresas publicitarias habían llegado a tener tanta influencia en dichas emisoras que decidían sobre la programación. Su chantaje es sencillo: se les presenta de antemano la parrilla de emisiones y dicen cuáles tendrán suficientes espectadores para que pongan sus céntimos de publicidad (incluso presentan sus propios proyectos, con un resultado vomitivo). Aunque, desde luego, no por suprimir la publicidad nacerá el talento, ése es el gran ausente de las pantallas francesas.

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