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Carlos Semprún Maura

Los reyes pasan...

Y el “príncipe de la moda” también. Yves Saint-Laurent, el más elegante, o el único elegante, de los grandes costureros parisinos, se va, no soporta que su nombre, su griffe, su talento, sean propiedad de los nuevos ricos, los nuevos tiburones de la industria y comercio galos –en este caso Bernard Pinault–, surgidos del vientre de París, no el de Eugène Sue, sino el de Balzac, ese genio, contemporáneo del payaso Víctor Hugo, que este año capicua verá la celebración de su nacimiento, hace doscientos. No es que Don Víctor, me resulte un personaje antipático, me resulta un prolífico escribidor pompier, comparado con la magnífica literatura francesa del siglo XIX. Decían de Pierre Bergé que era el genio comercial de la casa Saint-Laurent, si era tan genial ¿porqué han tenido que vender?. También es cierto que el multimillonario Bergé, entrando los años, sólo tiene una ambición: ser teniente de alcalde comunista en una barriada popular parisina. Me aseguran que hay gente que no entiende tan noble ambición... Hace tiempo que los Reyes ya no son fiesta en Francia, destronados y guillotinados por el pagano y germánico Papá Noël, con sus barbas blancas y sus ametralladoras electrónicas. De los Reyes Magos sólo queda una huella en las pastelerías, que ofrecen el 6 de Enero, la galette des Rois, la cosa más insulsa e incomestible que ha inventado la excepción culinaria francesa.

Leí este lunes 7, en Le Figaro un artículo cargado de mala uva, de su corresponsal en Bruselas, Philippe Gélie, en el que declara que José Maria Aznar –y de paso, España–, ya no tienen absolutamente nada que hacer en la Presidencia de la UE, que todo lo han hecho los belgas, en la lucha antiterrorista y demás, y que lo que queda, la ampliación, las nuevas instituciones, etc, correrá a cargo de Giscard d’Estaing, y de su “Convención”. Uno estaba más acostumbrado a leer ese tipo de artículos epilépticamente antiaznaristas en Le Monde, pero hay que constatar que muchos franceses no soportan la idea de que España ya no sea un simpático país subdesarrollado, al sur de Marruecos.

Con el fin de las fiestas, París está aún más sucio. La Alcaldía, incapaz de barrer, amenaza con multar a los que ensucian. Menos mal que los ordenadores son incapaces de contabilizar los orgasmos, resacas, flechazos, penas de amor y canciones, sólo los accidentes de tráfico y los incendios. Todos los años por las mismas fechas, se celebran en Estrasburgo, arrabales parisinos, Marsella y otros lugares, incendios voluntarios de casas y coches, y todos los años me llama la atención la ausencia total del menor intento de explicación. Los medios de información (?) se limitan a contabilizar 55 o 155 coches incendiados, tanto más, tantos menos, que el año anterior, y basta. Pero ¿porqué? ¿Quiénes son esos vándalos, tan apegados a la tradición de las fiestas de fin de año ¿Jóvenes de origen magrebí, jóvenes parados, bandas de delincuentes, niños litris que se divierten así, quemando el coche de papá? Censura absoluta. Apenas alguna alusión a la opinión de asociaciones de madres de familia, declarando que el futuro ya no es lo que fue. Y cuando mi laser personal descubre, en el fárrago de noticias sin contenido, otra sinagoga y otra escuela judía atacadas anteayer con cócteles molotov en los arrabales parisinos, todo cobra un sentido histórico: se trata de la justa lucha antiimperialista.

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