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Cayetano González

Ciudadanos y el 'sorpasso' al PP

Hasta que Rivera y su núcleo duro no acepten que no van a sustituir al PP, no acertarán en la estrategia y en las decisiones que tengan que ir tomando.

Hasta que Rivera y su núcleo duro no acepten que no van a sustituir al PP, no acertarán en la estrategia y en las decisiones que tengan que ir tomando.
EFE

Si hubo un partido al que la moción de censura contra Rajoy, en junio del año pasado, descolocó y rompió el saque, ese fue Ciudadanos. La única buena noticia para los de Rivera es que en las generales del 28 de abril pasaron de 32 a 57 escaños, un crecimiento importante, más mitigado en las autonómicas y municipales de un mes más tarde.

En el fondo, Rivera y los suyos no han aceptado todavía que el famoso sorpasso al PP, que se habían fijado como objetivo prioritario para poder presentarse como los líderes del centro-derecha, no se produjo. Y si no lo lograron en el peor momento de los populares, después de los destrozos ideológicos y de todo tipo que Rajoy había provocado, es difícil pensar que lo puedan conseguir ahora, donde una nueva dirección, una nueva generación de políticos está al frente del PP.

En la entrevista del domingo en El Mundo se notaba mucho esa frustración de Rivera por no haber conseguido adelantar al PP. Se notaba, por ejemplo, cuando el líder de Cs arremetía con dureza contra los populares por los casos de corrupción que están en los tribunales, como si Casado, García Egea, Álvarez de Toledo o Montesinos tuvieran algo que ver con lo que pasó en la Gürtel, en la Púnica o en cualquier otro escándalo ya purgado en las urnas.

Hasta que Rivera y su núcleo duro no acepten que lo normal es que ese sorpasso al PP no se produzca, y que su papel, electoral y políticamente hablando, sea el de un partido bisagra, entre los 30 y 40 diputados, no acertarán en la estrategia y en las decisiones que tengan que ir tomando. Llamarlos partido bisagra no tiene una connotación peyorativa, ni mucho menos. En el actual mapa político español, esa condición puede asegurar que el peso real de los diputados propios sea mucho mayor de lo que podría parecer a primera vista. Y si no, basta con ver lo que han supuesto desde la Transición los escaños del PNV y los de la antigua Convergència i Unió tanto para los Gobiernos del PSOE como para los del PP.

Ciudadanos nació en Cataluña para combatir al nacionalismo, y eso lo hizo bien, llegando incluso a ganar las últimas elecciones autonómicas, aunque ese triunfo no tuvo luego una continuidad en la acción política e institucional en el Parlamento de Cataluña. Los electores premiaron y reconocieron la utilidad de votar al partido naranja en esa comunidad autónoma, pero eso no conllevaba que al dar el salto a la política nacional, donde los adversarios ya no eran sólo los nacionalistas, sino fundamentalmente el PSOE y el PP, se siguiera considerando útil votar al partido de Rivera.

Ciudadanos tomó la decisión de marcar todo tipo de distancias con el PSOE de Sánchez, por lo que puso todos los huevos en la misma cesta. El objetivo era ganar al PP y ser el partido que liderara el campo del centro y la derecha. Eso no se logró, y todo apunta a que, si hay nuevas elecciones el 10 de noviembre, seguirá sin conseguirse; incluso todas las encuestas apuntan a un crecimiento del PP y a un descenso de Cs.

Si a esa no aceptación del papel que le toca desempeñar se unen los problemas internos que ha tenido Ciudadanos, con el abandono de varios dirigentes y fundadores, y la excesiva dependencia del líder, se dan las condiciones perfectas para que el futuro de Cs sea, al menos, incierto. Ejemplos hay en la historia reciente –CDS, Partido Reformista, UPyD– para que se miren en el espejo e intenten no cometer los mismos errores.

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