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Cayetano González

Del Congreso de Valencia a la Convención de Sevilla

El PP va a perder el poder, su actual líder se irá a su casa, y los que ahora le ríen sus gracietas y no le discuten nada se encontrarán haciendo cola en el INEM.

Tengo un amigo antimadridista –qué se le va a hacer, nadie es perfecto– que cada vez que el equipo de Zidane tiene un traspié me pone un wasap para decirme "fin de ciclo" y pide la dimisión de todo el mundo, de Florentino para abajo. Es verdad que me tomo cumplida venganza de sus diatribas, porque el equipo de sus amores, el Athletic de Bilbao, proporciona muchísimas más ocasiones que el equipo blanco para decir eso de "fin de ciclo".

Traigo a colación este suceso cotidiano para explicar que esa sensación de "fin de ciclo" es la que he tenido al ver el desarrollo de la convención nacional que el PP ha celebrado el fin de semana en Sevilla. Cuando los titulares que ha proporcionado este cónclave se pueden resumir en los segundos que los militantes y cargos públicos asistentes dedicaban a la cuestionada Cristina Cifuentes, o cómo de intenso iba a ser el saludo y el apoyo de Rajoy a la lideresa madrileña; o que del discurso del presidente de Gobierno en el acto de clausura el titular fuera el conjunto de epítetos –inexperto y parlanchín– que le dedicó, sin nombrarle, a Albert Rivera, está casi todo dicho.

Por no hablar de lo ridículo que resultó esa brillante idea de algún creativo de poner dos máquinas de andar con la etiqueta "Sigue el ritmo de Rajoy", que tanto divirtió al principal aludido, que se mostraba feliz montándose en una de las dos máquinas rememorando sus paseos matutinos, o como se puedan llamar, que suele dar no sólo en su Galicia natal sino en cualquier ciudad a la que acuda, y de los que informa puntualmente en su cuenta de Twitter.

En fin, el declive del PP como proyecto ideológico arrancó en aquel congreso de Valencia de 2008, de infausta memoria, celebrado tras perder Rajoy las elecciones generales por segunda vez consecutiva frente a Zapatero, porque fue allí donde Rajoy empezó a renunciar a las señas de identidad que habían hecho de su partido durante años el referente del centro-derecha en España: la defensa de la Nación, de la libertad, de las víctimas del terrorismo, de la igualdad de todos los españoles ante la ley, de poder hablar el español en cualquier punto del territorio nacional. Rajoy sacrificó todo eso, aunque en el 2011, más por deméritos de su oponente Zapatero que por méritos propios, ganó las elecciones con una mayoría absoluta que luego no utilizó para cambiar ni una sola de las leyes clave que había sacado adelante Zapatero: memoria histórica o las referidas a la familia y el aborto.

Muy al contrario, Rajoy siguió desvirtuando el proyecto ideológico del PP, renunció a tener una política antiterrorista propia para acabar con ETA, propició la puesta en libertad de Bolinaga, limpió el partido de todo lo que oliese a Aznar, y no dio la batalla en Cataluña, donde desde 2012, de una forma clara y evidente, se veía venir el mayor desafío a la democracia desde la Transición.

Este proceso de descomposición de lo que otrora fue el PP ha tenido una estación importante, puede que definitiva, en Sevilla este fin de semana. Una reunión para insuflar ánimos a los propios que han salido de la misma de esa manera. Las encuestas, prácticamente todas, dicen lo que dicen: que Ciudadanos, si ahora hubiera elecciones generales, sería la fuerza más votada y que el PP perdería muchos cientos de miles de votos respecto a los que ya había perdido en las elecciones de diciembre de 2015 y junio de 2016.

Y ante esa situación, lo único que se le ocurre a Rajoy es llamar "inexperto" y "parlanchín" al que le mantiene en el Gobierno, y, eso sí, montarse en la cinta de andar para poner en valor lo de "Sigue el ritmo de Rajoy". El problema es que, efectivamente, a ese ritmo, el PP va a perder el poder, se va a ir a la oposición, su actual líder se irá a su casa, y los que ahora le ríen sus gracietas y no le discuten nada se encontrarán haciendo cola en el INEM.

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