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EDITORIAL

Adiós al nefasto Duran Lleida

Si hay algo que lamentar en estos nuevos tiempos políticos, ciertamente no es su desaparición. En Madrid, a estas alturas, sólo debería llorarlos el inefable Margallo.

Josep Antoni Duran i Lleida ha anunciado este fin de semana que deja la dirección de su partido, Unió Democràtica de Catalunya, y que pasa a ser uno de los escasísimos militantes de a pie de esta formación marginal, extraparlamentaria tanto en España como en el Principado.

El parecía que eterno inquilino del hotel Palace de Madrid abandona la primera línea política como se merece, por la puerta de atrás, ninguneado por unos y otros e ignorado por los electores. Josep Antoni Duran i Lleida no ha sido lo que él y sus palmeros mediáticos han creído o –mejor– vendido durante tantos años, un hombre de Estado de talante integrador, siempre empeñado en aunar voluntades en pro del bien común, sino la última encarnación de un nacionalismo especialmente insidioso por oportunista, bambalinero, que quiere estar siempre, más que en el centro, en medio, para asegurarse de que le cae algo en el cazo, venga de donde venga. Un nacionalismo untuoso que vive de poner precio a su deslealtad controlada y de parasitar fuerzas y recursos al amigo, al enemigo y, si se descuida, hasta al indiferente. Un nacionalismo de muy bajos vuelos que sin embargo va de exquisito y como mirando a los demás por encima del hombro.

Duran y su minúscula Unió enfangada en mayúsculos escándalos de corrupción son corresponsables de la gravísima crisis cívica e institucional que padece Cataluña. La Cataluña desabrida, escindida, ingobernable que causa indignación y bochorno en el resto de España es obra suya y de sus exsocios de Convergència. Siempre han estado ahí, esquilmando, chanchulleando, instilando el odio a España en los medios y centros públicos. Que lo hicieran con mejores gestos y modales no les hace menos sino más culpables. Han fungido de blanqueadores de los peores desmanes, labor infecta donde las haya en el ámbito de la alta política.

Al final se bajaron del tren separatista, pero a su tartufesca manera. Para seguir mediando. Para seguir en la pomada, bien untados. Pero esta vez les salió mal y se han quedado con las vergüenzas al aire, y Duran sin habitación en el Palace.

Si hay algo que lamentar en estos nuevos tiempos políticos, ciertamente no es la desaparición de un personaje como Duran y un partido como Uniò, malos para España y nefastos para Cataluña. En Madrid, a estas alturas, sólo debería llorarlos el inefable Margallo.

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