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El blog de Federico

Tigrekán vuelve de Irán y un lunes para recordar

Como hicimos ya la semana pasada en el primero de los debates, este lunes Recarte, Marco y yo comentaremos para el programa especial de Dieter Brandau en LDTV lo que será sin duda una jornada para el recuerdo. Lo que no sabemos aún es si este lunes será al sol o a la sombra, si lo recordaremos con alegría o con horror, pero a nadie se le oculta que buena parte de lo que pase el 9-M y la política española de los próximos años se decidirá después de las 22h y antes de la medianoche del 3 de marzo. Grande es la responsabilidad de Rajoy, pero sería injusto no reconocer que, al margen de sus errores y aciertos durante la legislatura, la esperanza se la debemos, sobre todo, a su gran actuación en el debate del lunes pasado. Ojalá remate aquella faena este lunes haciendo hincapié en los aspectos más genuinamente nacionales y liberales del PP, cuya clave es la irrenunciable exigencia de poder estudiar y ejercer el derecho cívico a usar la lengua española sin ser multado, perseguido o marginado por ello.

No hay nada más importante a largo plazo. De la abdicación previa e inmediata proscripción de nuestros derechos civiles en materia lingüística – que denuncié allá por 1979 en Lo que queda de España (cuya reedición completa actualizada saldrá el 23A, día de San Jorge y de Sant Jordi, del Libro y del Llibre)– vienen casi todos los males de nuestra nación, porque cuando se renuncia al idioma común, que es el de la mayoría de los ciudadanos, es evidente que se está dispuesto a renunciar calladamente a casi todo. Pero tanto en este asunto como en lo referente al 11M y a los dos o tres que más pueden afectar la sensibilidad de los liberales, deberíamos convenir que la insistencia de Rajoy no depende sólo de lo que pensemos sino de lo que en ese momento convenga al debate. Por supuesto, tengo mis dudas de que el PP cumpla lo que ha prometido en materia de libertad lingüística –Galicia es el peor ejemplo– pero no tengo duda ninguna de que si gana ZP se multará a todos los españoles empeñados en usar el español en toda España. Delito, por cierto, inédito en la historia de todas las civilizaciones, incluso las suicidas.

Pero esperemos a mañana, que ya falta poco, y prestemos atención a lo que está sucediendo en la palestra electoral, que anuncia muy graves turbulencias para el futuro.

Los últimos días de campaña se han caracterizado por la unificación sin fisuras y la radicalización del PSOE. El símbolo de este cambio de estrategia –que al principio se basaba, conviene recordarlo, exclusiva y exhaustivamente en el culto al líder SuperZP– es la reaparición de Felipe González en rutilante primer plano, sin duda para legitimar a ZP como líder español y disimular el perfil crecientemente antinacional de su partido. Se ha dicho que Felipe y Zapatero iban a reeditar aquel tándem de Guerra y Felipe como policía bueno y policía malo, socialista radical y moderado, pero si González ha actuado en clave zafia y cuadrúpeda, Zapatero se ha negado a moderarse un ápice; bien porque nunca fue ese el plan bifronte, bien porque la moderación está reñida con su naturaleza.

O, sencillamente, con la naturaleza del socialismo español, como defiende muy convincentemente José María Marco en su último artículo de LD El socialismo único:

En vez de serenar la atmósfera y hacer lo que era de esperar que hiciera –abrir el horizonte, presentarse como una figura histórica e infundir seguridad–, González ha echado aún más gasolina al fuego. Tanto como sus palabras, se habrá notado el tono: el rencor, la rabia, la frustración. En vez de calmar, irrita. Parece incluso querer competir con Rodríguez Zapatero. ¿Se trata de una estrategia (...) o es que no pueden ser de otra manera?

En lo que a mí respecta, me inclino por la segunda opción. De otro modo resulta inexplicable que personas como estas, que lo han tenido y lo tienen todo –poder, influencia, dinero– sean incapaces de guardar siquiera un asomo de decoro. (...) El rasgo de carácter se nutre de otro, entre moral e ideológico, propio de la izquierda española (española a su pesar, estoy por escribir). Y es que salvo casos muy contados y en momentos muy escasos, no ha tenido más proyecto que acabar con el adversario. (...) En eso consiste lo sustancial de la "definitiva modernización" de España que Rodríguez Zapatero propone como proyecto. La magnanimidad de Felipe González, que hay quien echa de menos como si el partido socialista de aquellos años hubiera representado una socialdemocracia civilizada a la europea, sólo se explica por la quiebra de la derecha. (...) En cuanto el adversario político logró recomponerse, se acabó la generosidad, siempre teñida de desprecio, por otra parte. Más aún cuando llegó al poder y todavía más cuando lo hizo por mayoría absoluta.

No hay ruptura entre un socialismo anterior, civilizado y respetuoso con los grandes consensos de la democracia, y el actual, desbocado y guerracivilista. Son idénticos. Como lo son los personajes, condenados a repetir una y otra vez, sin tregua, una historia fracasada y siniestra. (...) Por muy grande que sea la distancia que los separa, (...) siempre compartirán el mismo odio inextinguible hacia lo que llaman la "derecha" y que es, sobre todo, la idea de España y la libertad.

Por desgracia, es así. No hay nada en la historia más que centenaria del PSOE que permita la duda ni alimente la esperanza. Tigrekán ha vuelto de Irán, vía México, más Tigrekán de Mongolia que nunca. Y Zapatero actúa como su legítimo heredero, no sólo de los cargos sino de las costumbres de su padre político, entre las que destacaron en su larga estadía monclovita la sumisión ante los nacionalistas y el odio cainita al PP. En las dos elecciones que realmente amenazaron su Poder, las de 1993 y 1996, Tigrekán se comportó como un Zapatero en las formas y como un Rubalcaba en el fondo. Y nadie olvide que Rubalcaba, jefe del grupo parlamentario y ministro del Interior con Zapatero, es el eslabón que une más directamente al felipismo gálico y prisaico con el zapaterismo supuestamente distanciado de sus férulas e hipotecas.

También Tigrekán II, cuando le sobraban diputados, se permitía lujos de magnanimidad patriótica y fingía preocupación por lo que llamó "la desagregación de España", identificando al PP con la CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas de la II República. Pero la Derecha de ayer, como la de hoy, creía en España. Este PSOE tigrekanesco, asumido hasta las heces por Zapatero, cree tan poco en ella como el de Largo Caballero, Prieto y Negrín. Por eso en 1936 quiso exterminar y exterminó a la CEDA diciendo que era fascista y que ellos, los golpistas del 34, representaban la democracia. Hoy dicen lo mismo mientras tratan de exterminar al PP. Cuando no se cree en España, es imposible admitir que los españoles de derechas tengan el mismo derecho a pensar, opinar y gobernar que los de izquierdas.

No sé lo que pasará este lunes en el segundo debate ni lo que saldrá de las urnas el 9 de marzo. De lo que cada vez estoy más convencido es de que la pervivencia actual y hasta la simple existencia del PSOE como tal es incompatible con la supervivencia de la Nación. No es intuición sino deducción racional, en la que bien quisiera equivocarme.

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