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Emilio Campmany

Programa, no liderazgo

El caso de Aguirre es completamente distinto al de Gallardón. Pudiendo ser, como probablemente será, tan ambiciosa como él, su postulación para encabezar al PP está motivada por la convicción de que Rajoy no defiende el ideario del electorado del PP.

Uno de los aspectos más curiosos de la crisis del PP es el que muchos periodistas la presenten como una mera crisis de liderazgo. Según esta visión, el responsable último de la crisis es el propio Rajoy, por no haber sabido imponer su autoridad. Según ellos, es esta falta de autoridad la que ha animado a dos barones madrileños a disputarle el liderazgo que el gallego no sabe ejercer. Un ejemplo muy notable, por su prestigio como escritor y como analista, es el de Ignacio Camacho en el ABC de este domingo.

Ignacio Camacho llama El derbi a lo que cree que es solamente una competición entre dos ambiciosos políticos por suceder a otro incapaz. Desde luego, Gallardón no pretende otra cosa. El alcalde de Madrid quiere ser presidente de Gobierno. Cualquier oportunidad que le ofrezcan las circunstancias, tratará de aprovecharla. Ni siquiera la ausencia de una verdadera oportunidad le disuadirá de intentar lograrlo. Su disfraz de líder izquierdista de la derecha no tiene ninguna base ideológica y mucho menos está anclada en ninguna convicción. Cree, simplemente, que vestirse de "rojillo" le permite presentarse como el líder del PP mejor capacitado para rebañar votos por la izquierda, lo que le convierte, desde un punto de vista por así decir demoscópico en la mejor oportunidad que tiene el PP de ganar al PSOE.

El caso de Esperanza Aguirre es completamente distinto. Pudiendo ser, como probablemente será, tan ambiciosa como Gallardón, su postulación para encabezar al PP no está motivada por el mero deseo de ser presidenta de Gobierno, sino que viene impulsada por la convicción, esté o no equivocada, de que Rajoy no defiende correctamente el ideario del electorado del PP. Naturalmente, quiere ser la presidenta del PP para ser presidenta del Gobierno, pero no con este único fin, sino para poner en práctica el programa que a ella y al electorado del PP le gustaría ver aplicado.

Por supuesto, cada uno se presenta como el mejor sustituto posible de Rajoy. Pero los argumentos que esgrimen a su favor son de índole completamente distinta. Gallardón no pretende ningún giro ideológico. Sus credenciales se limitan a garantizar que, con su pátina izquierdista, ganaría unas elecciones generales a Zapatero. Cuenta con el hecho incontrovertible, a la par que lamentable, de que a los cuadros del PP les interesa más el poder que las ideas y es obvio que con Gallardón es más fácil alcanzarlo que con Rajoy.

En cambio, Esperanza Aguirre tiene un programa, cuya mayor dificultad es que no se sabe cuál es. Es así porque Rajoy y Gallardón carecen de programa que contrastar con el que pudiera exponer la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y encima tampoco ella, por una estrategia más medrosa que prudente, tiene ningún interés en enseñarlo.

Si Aguirre desgranara un programa coherente de lo que los liberal-conservadores pueden hacer por España hoy, que es mucho, y se presentara rodeada de aquellas personalidades del PP que encarnan esas ideas (Rato, Pizarro, María San Gil y tantos otros) en vez de aparecer casi siempre protegida por su pequeña guardia pretoriana de gonzáleces y granados, quizá Ignacio Camacho no hubiera cometido el error de creer que lo que está en juego es tan sólo el resultado de un derbi. Por desgracia, es muchísimo más. Y es responsabilidad de Aguirre que personas como Camacho se percaten de ello.

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