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Emilio J. González

Argentina, al borde del abismo

Las recetas milagrosas sólo existen en los libros de fantasía. En política económica no se conoce un solo remedio que evite crisis o ajustes duros cuando son necesarios para salir de ellas; únicamente funciona la ortodoxia. A veces, sin embargo, hay quien se empeña en hacer malabarismos y trucos de prestidigitador para tratar de eludir lo inevitable. Pero el final siempre es el mismo: la crisis estalla, y con mucha más virulencia que si los funambulistas de la política económica hubieran tomado las medidas que realmente funcionan. El ministro de Economía argentino, Domingo Cavallo, es el último personaje que ha intentado arroparse con una suerte de realismo mágico para sacar a Argentina de la gravísima crisis económica que padece desde hace tres años y, como al aprendiz de brujo, ahora todo se puede volver en su contra.

El famoso "plan Cavallo", que contó con el inestimable asesoramiento de Carlos Solchaga, huyó como gato del agua de sanear las cuentas públicas por el camino lógico, esto es, recortando los gastos, y se embarcó en una absurda política de subida de impuestos y de persecución del fraude que no ha dado sus frutos. El déficit público ha seguido ahí, alimentando la desconfianza de los mercados, que exigen primas de riesgo cada vez más altas --actualmente de catorce puntos porcentuales-- y Cavallo se ha caído del guindo. Ahora hay que abordar recortes del gasto y apostar por el equilibrio de las cuentas públicas ante lo difícil y caro que resulta ya financiar los números rojos del sector público. Y, como consecuencia de las dudas de los mercados, la financiación al sector privado se ha vuelto prohibitiva, debido a los altísimos tipos de interés, justo lo contrario de lo que necesita el país para relanzar la inversión y la competitividad empresarial, el consumo privado y, por tanto, el crecimiento económico y la creación de empleo.

Lo malo del recorte de cuatrocientos millones de dólares en el gasto público anunciado el martes por Cavallo y del equilibrio presupuestario obligatorio planteado el miércoles --eso de que sólo se pagarán en función del dinero de que disponga el Estado-- ha suscitado las dudas sobre si no estamos en vísperas de una nueva crisis de la deuda en Argentina como la que azotó toda Latinoamérica en la década de los ochenta.

Esta es una parte de la explicación del fuerte aumento registrado por el riesgo país en Argentina. El resto viene motivado por las dudas crecientes de los inversores sobre la posibilidad de mantener por mucho más tiempo la paridad entre el peso y el dólar. El riesgo de devaluación es cada vez más elevado y, si se materializa, sería un duro mazazo para un país cuyas autoridades monetarias no están acostumbradas a bregar con la inflación mediante el manejo de la política monetaria. O sea, Argentina se enfrenta a la combinación fatal de seguir en recesión, ser incapaz de pagar la deuda externa, sufrir tipos de interés prohibitivos y, encima, asistir al retorno de la hiperinflación. Y todo por no saber adaptar el tipo de cambio del peso con el dólar en función de las circunstancias cambiantes de la economía nacional e internacional y de los mercados de divisas.

Argentina está al borde del abismo y parece que nada puede evitar que se hunda en él. Y todo por empeñarse en aplicar recetas milagrosas en vez de políticas económicas ortodoxas.

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