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Emilio J. González

Rato, el silencioso

No está desaparecido en combate. Al contrario, de vez en cuando da señales de vida, a pesar de las vacaciones estivales, e incluso habla de Gescartera, pero sólo para decir que el Gobierno tiene el máximo interés en que se esclarezcan todas las responsabilidades de este feo y a la vez morboso asunto. Todo esto está muy bien, pero con buenos propósitos tan sólo no se avanza mucho y en cuanto a arrojar luz sobre tanta oscuridad, Rato debe tener mucho que decir.

El vicepresidente económico, por ejemplo, debería haber salido ya a la palestra a dar explicaciones, puesto que todo lo que afecta al Gobierno en el caso Gescartera ha ocurrido dentro de su área. Es cierto que, en lo tocante a Enrique Giménez-Reyna, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, debe decir algo, puesto que el dimitido secretario de Estado pertenecía a su departamento y era uno de sus hombres de confianza. Pero el Ministerio de Hacienda, en penúltima instancia, depende de Rato como parte del área económica del Gobierno. Luego algo le toca a él también. Además, cuando se ha producido la mayor parte de los hechos desde que el PP llegó al poder, Hacienda era una Secretaría de Estado que formaba parte del Ministerio de Economía, la cartera de Rato en la pasada legislatura. En consecuencia, por este lado también le alcanza la responsabilidad a don Rodrigo, por mucho que le disguste. Pero aún hay más.

Otra parte, posiblemente la más importante, de esta trama de presunta estafa a posibles evasores fiscales pasa por la Comisión Nacional del Mercado de Valores, un órgano adscrito al Ministerio de Rato. Sin ir más lejos, el ex vicepresidente de la CNMV, Luis Ramallo, acaba de reconocer que, en su despacho de notario, presentó a la cúpula de Gescartera a unos inversores alemanes interesados en comprar una sociedad de valores en España. También se sabe que Antonio Rafael Camacho, el principal accionista de la sociedad, envió regalos a Ramallo y a la presidenta de la Comisión, Pilar Valiente; que Giménez-Reyna y Valiente se reunieron al menos en dos ocasiones con Camacho y los suyos en sendos almuerzos para hablar de Gescartera y, sobre todo, que la CNMV, por lo visto, no se enteró de nada de lo que estaba pasando y que fue “engañada”, según el informe que el propio organismo remitió hace unos días a Rato.

Todo esto se sabe y se sospecha mucho más. Pero, por ahora, parece que dentro del Gobierno el único que tiene culpa es Montoro, a quien le toca una parte, pero no toda ni la más importante. Rato, por ello, está obligado a hablar, a explicar y explicarse, en lugar de dejar que todo parezca un problema de Hacienda y de un presunto estafador cuando lo más grave es lo que ocurre y ha ocurrido dentro de su ámbito directo de competencias. Si el vicepresidente económico es coherente con sus palabras cuando habla de que se esclarezca todo, debería ser el primero en hacer todo lo posible por dilucidar este asunto, empezando por dar explicaciones él personalmente.

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