Ana García Obregón siempre tiene un hueco en TVE. A pesar de sus pequeños devaneos con cadenas privadas, el ente público siempre le ha dado ocasión de lucirse con y sin Ramón García. Ahora acaba de estrenar “Ana y los siete”, precisamente un lunes en el que todavía queda el recuerdo de los más de diez millones de telespectadores que siguieron la final de “Operación triunfo”. Ana es atrevida y está dispuesta a intentar paliar el bajón de TVE con una serie hecha a su medida.
Los referentes más claros de “Ana y los siete” son, además de la personalidad de la protagonista, “Sonrisas y lágrimas”, de donde han sacado una especie de familia Trapp pasada por colegio español de pago; también recuerda el argumento de “La casa de los líos” y se suma al ambiente infantil que está explotando Emilio Aragón para Tele 5 en “Javier ya no vive solo”. Ana, una “strip-teuse” que trabaja de noche en el club “Chicago”, se encuentra, por algún malentendido narrado en clave de vodevil, teniendo que hacerse cargo de la familia de un millonario con siete hijos perfectamente uniformados a los que, en un par de semanas, colmará de cariño. Con ese panorama, Ana García Obregón tiene la oportunidad de salir en bikini y con corbata, con el chulo de Micki Molina y coqueteando con un soso banquero que pretende cazar Silvia Marsó. Y todo lo lleva con la energía que le es característica.
La serie no tiene más chiste que ver lo que resiste Anita con un guión de tres al cuarto. Pasado ya el calentón con Micki Molina, la bióloga en excedencia tendrá que hacer de madre y de chica de la noche según dicte la audiencia, que suele tener un olfato asesino para encontrar carne con la que alimentarse. Ana se desnuda y se viste con gran celeridad en la serie, pero la audiencia dictaminará en que proporción la quieren como mujer liviana o institutriz cariñosa. La miel y el picante son los ingredientes con los que quiere jugar TVE para sacar a flote un producto que no tiene más que ofrecer que la doble vida de una famosa asistida por una producción mediocre.
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