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Encarna Jiménez

Combatir la violencia

La influencia de la televisión en el incremento de conductas violentas ha generado en los últimos días un debate que, aunque no es nuevo, ha adquirido un calado más profundo y polémico. Por un lado, el informe encargado por el Gobierno francés a la filósofa Blandine Kriegel y cuarenta expertos ha desembocado en la propuesta de que las cadenas galas no emitan escenas violentas entre las 7 y las 22.30 horas. Por otro, el VI Forum Mundial de la TV Infantil celebrado en Barcelona ha presentado estudios en los que fundamentar un mayor rigor en el control de los contenidos de las televisiones.

El “Informe Kriegel” ha indignado en Francia a realizadores, directores y productores de cine y televisión, que ven avanzar una forma de censura nociva para la industria audiovisual. El mismo informe, por el contrario, ha sido recibido con aplausos por las asociaciones de consumidores, tanto en el país vecino como en España. Sin duda, Los documentos y análisis de París y Barcelona aportan datos suficientes que avalan la tesis de que los niños y adolescentes ven cantidades ingentes de escenas violentas a través de la pequeña pantalla, lo que no está claro es que la fórmula de un reglamentismo excesivo en materia tan complicada vaya a tener un inmediato y beneficioso efecto en la inhibición de comportamientos. Y además ¿quién decide lo que es violento?

Casos recientes como el del secuestrador de Hospitalet hacen especialmente sensible a la población, que anda empeñada en echarle la culpa de casi todo a la televisión, aunque el hecho de que el 45% de los más jóvenes vean con agrado escenas de violencia no sea un pecado del que se puedan librar las familias. De la propuesta francesa se derivarían situaciones tan curiosas como que los adultos no puedan ver en ninguna cadena “Los pájaros” de Hitchcock hasta muy entrada la noche , mientras las grandes multinacionales del cine suministran videojuegos violentos practicables por los niños a cualquier hora.

El asunto es lo suficientemente complejo como para admitir que una legislación que no nazca del consenso y se base en el autocontrol de las cadenas tenga éxito. Las televisiones, sobre todo las públicas, deben hacer un esfuerzo para suministrar contenidos que no favorezcan el efecto de imitación, pero es prácticamente imposible que las ordenanzas impidan que un chaval quiera ser famoso creando el pánico. El civismo y el respeto al semejante no vendrá solamente por la mejora de los contenidos de la televisión, ni por la imposición de una normativa que la convierte en inútil instrumento de control y una manera de cubrir las apariencias.

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