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El nacional-racismo de Xabier Arzalluz, tan de la mano del nacional-socialismo de Eta, parte de una falacia: los vascos que no votan nacionalista no son vascos y no deberían tener derecho al voto. Así de simple se hace realidad un pueblo, un estado, un führer.

Antes de que llegar a ese escenario -de perfiles genocidas y con campos de concentración, también para los críticos del PNV como se demuestra en las listas negras del comando Vizcaya- y entrar a dirimir si el führer es Arzalluz o Josu Ternera, primero conviene analizar la auténtica realidad. Y esa pasa porque, por ejemplo, la inmensa mayoría de los navarros rechazan el estado totalitario de Arzalluz. ¿Es que el noventa por ciento de los navarros son “inmigrantes”? ¿Es que sólo son navarros puros, con derecho a voto, el raquítico dos por ciento que lo hace por Arzalluz? Los alaveses tampoco están por los iluminismos y las alucinaciones en colores del señor de los árboles y las nueces. ¿O es que la escuálida minoría de alaveses que vota PNV es la que va a decidir el destino de todos? Bilbao también quiere separarse de Arzalluz. Lo mismo sucede con San Sebastián. La primera población con mayoría nacionalista en las últimas elecciones fue Galdákano, en el puesto catorce del censo.

¿Habla Aralluz de un referéndum en el que participen también los vasco-franceses? Y, por supuesto, la tregua de Eta no fue ningún logro del PNV. Lo que hizo el PNV de Arzalluz fue acudir presurosamente en socorro de los psicópatas asesinos. Hay cosas que puede decir en Spiegel porque no han leído a Arana Goiri tar Sabin, pero, en términos de pensamiento comparativo, era un liberador en similar medida y con idénticos prejuicios que cualquier líder sureño del Ku Klux Klan.