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El dilema sirio de Obama

Sólo los conservadores, y no todo el mundo en el partido republicano, han criticado desde el principio la pasividad de Washington.

En el supuesto de que quede algún margen para elegir, hay problemas, países y regiones del mundo en que las opciones fluctúan entre lo malísimo y lo pésimo, lo cual no sólo descorazona sino que también puede paralizar; pero la idea de que si las cosas se hacen bien todo puede quedar solucionado y que si es mucho lo que sigue mal es por culpa de quienes tuvieron que decidir es el mayor obstáculo para entender y conseguir lo escasamente posible. Así fue en la antigua Yugoslavia, en Irak, en Afganistán y en general en buena parte del Oriente Medio. Así lo es, en grado sumo, en Siria.

Un régimen aceptablemente democrático y prooccidental, que respete los derechos humanos y civiles de todas las minorías que componen el mosaico sirio y propicie la armonía interna y la paz exterior, es un sueño rayano en el deliro. Evitar las dos opciones más probables, el poder de los Asad o de los intransigentes y agresivos islamistas asociados con Al Qaeda, es algo de una extrema dificultad. Por la primera pugnan Irán y el Hezbolá libanés, y la prefiere también Moscú, aunque no se aferraría a ella si se mostrase manifiestamente perdedora. La segunda no la quiere ninguno de los actores estatales que actúan en el tablero político mesoriental, por más que al ayudar a los rebeldes a que se resistan a las fuerzas del régimen y lo derriben están corriendo el inmenso peligro de instalar la segunda opción en Damasco.

Obama y los suyos, después de haber apostado por las intenciones aperturistas y modernizadoras del actual presidente hereditario, Bashar al Asad, se vieron obligados a proclamar, llegado a un punto la represión interna, que tenía que marcharse, pero siguieron con su política de implicación mínima en el conflicto, proporcionando a los opositores solamente ayuda humanitaria y alguna de carácter militar no letal. El invento estratégico que utilizó en Libia, dirigir desde atrás, no ha funcionado bien y su inhibición le ha dado poca capacidad de dirigir, aunque se venda bien a la opinión americana. En todo caso, en Siria se encuentra con dos temas insoslayables: yihadismo y armas químicas y biológicas. La influencia de los islamistas radicales entre los que luchan contra el régimen no ha hecho más que crecer. Respecto al armamento de destrucción masiva, el presidente americano tuvo que proclamar una "línea roja", que consiste precisamente en su utilización contra los rebeldes.

Sólo los conservadores, y no todo el mundo en el partido republicano, han criticado desde el principio la pasividad de Washington. El argumento ha sido siempre que, con la prolongación del enfrentamiento y la brutalidad de las fuerzas del régimen, la gravitación de la revuelta hacia el radicalismo suní no haría más que intensificarse. Aunque un mayor compromiso americano sigue sin gozar de popularidad en la opinión pública, ahora, de forma creciente, son analistas y medios de la izquierda los que alertan de que seguir contemplando la lucha desde la barrera encierra más peligros que una participación más directa, precisamente en lo que se refiere a esos dos puntos clave, terror y armas no convencionales, y a su convergencia: terroristas con armamento químico y biológico.

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