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El Gobierno momentín

Si de verdad se aspira a reforzar las instituciones democráticas en Iberoamérica y que las cumbres dejen de ser un espectáculo entre lo folclórico, lo formal y lo deleznable, mejor reducir el club de quienes las integran.

Dejando que Su Majestad el Rey abandonara solo la sala de la Cumbre Iberoamericana, esto es, quedándose sentadito el Gobierno español presente en ese cónclave, Rodríguez Zapatero y su séquito de Exteriores han abierto una crisis institucional que va mucho más allá de una escenificación pactada.

Cuando el Rey se levanta, no es el máximo exponente de nuestra Casa Real quien se pone en pie y se va de la reunión. Don Juan Carlos estaba presente no por monarca, sino como jefe de Estado del Reino de España. Si el Gobierno permanece sentado, continuando en la reunión, o está desautorizando al Estado o se está separando de él irremediablemente. No se conoce tal esquizofrenia en ninguna democracia liberal de nuestro entorno.

El Gobierno se tenía que haber ido acompañando a nuestro jefe de Estado y haber dejado únicamente a un secretario de tercera para que tomara nota de las intervenciones. No se trató de una pataleta real ni se debe reducir ahora a eso. Era España la que estaba en entredicho y si el Estado y el Gobierno se dividen ¿qué puede quedar de España? El Rey actuó como tenía la obligación de hacer, mostrando su descontento y su rechazo al contenido de la reunión (una Cumbre cuya Secretaría General paga el ministerio de Moratinos y que debería haber sido supervisada en su gestión por la secretaria de Estado de nuevo cuño, Trinidad Jiménez).

¿Cómo reconciliar ahora las posturas del Estado y el Gobierno? Hay una fórmula muy sencilla para el Gobierno: que el Rey no participe en la próxima Cumbre. Pero sería en detrimento de la imagen de España. Hay otra mejor: que no se celebra Cumbre alguna mientras sus miembros no acaten unas normas mínimas de convivencia. Y aún habría otra, ésta ideal: que a la Cumbre sólo pudieran asistir gobiernos comprometidos activamente con las libertades, la prosperidad y la democracia. Puede que el militarote de Chávez entienda la democracia como la elección que le aupó al poder, pero eso no es credencial suficiente.

El Gobierno de Rodríguez Zapatero prefiere sentarse con los tiranuelos y populistas de medio mundo. Alguno de entre sus filas se apunta a la teoría de que más vale tenerlos en casa, que así están mejor atados. Pero la Historia nos enseña que eso nunca ha funcionado. Si de verdad se aspira a reforzar las instituciones democráticas en Iberoamérica y que las cumbres dejen de ser un espectáculo entre lo folclórico, lo formal y lo deleznable, mejor reducir el club de quienes las integran. A los amigos de la libertad, todo. A los Castro y los Chávez ni la palabra. Que sus actos empiecen a tener consecuencias negativas para ellos mismos.

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