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La Cumbre del bochorno

Es lógico que Chávez trate de desprestigiar a José María Aznar, puesto que el español se ha convertido en todo un símbolo de la defensa de la democracia y los mercados abiertos, exactamente todo lo que el dictador venezolano detesta.

Los españoles nos hemos encontrado ante unas imágenes sin precedentes en nuestra historia reciente. Hemos visto a nuestro jefe del Estado señalando con el dedo al presidente de Venezuela mientras le espetaba indefinido "tú" para, a continuación volver a dirigirse a la misma autoridad con un "¿Por qué no te callas?". Los primeros análisis de lo ocurrido por parte de los medios de comunicación apuntan a una crítica al desarrollo de la Cumbre y a la satisfacción por el comportamiento del Monarca. Sin embargo, por muy justificadas que estuvieran sus palabras, que lo estaban, no podemos dejar de reconocer que ese no es el papel que corresponde al Rey en un régimen de Monarquía Parlamentaria como el español. ¿Se imaginan ustedes a la reina Isabel de Inglaterra señalando con el dedo y mandando callar a otro jefe de Estado?

La Constitución española cuida con esmero el papel del Rey. Sus competencias están limitadas por el Gobierno, pero no sólo para garantizar la democracia. Una de las responsabilidades primeras del presidente del Gobierno es proteger al monarca, algo que anteriores presidentes han cumplido con esmero. El Rey representa tanto la continuidad histórica como los valores que informan la sociedad española de nuestros días. Los temas políticamente delicados deben ser tratados, en la medida de lo posible, por el presidente y sus ministros, dejando al Rey protegido en su papel institucional. En el plano internacional al Rey le corresponde representar, mientras que las negociaciones son responsabilidad del Gobierno.

El incidente se produjo tras dos sesiones de la Cumbre en las que el presidente venezolano insultó tanto al ex presidente Aznar, calificándolo de "fascista", como a nuestros empresarios, por un supuesto comportamiento depredatorio de las riquezas iberoamericanas. Las acusaciones no eran nuevas y a nadie pudieron sorprender. Es lógico que Chávez trate de desprestigiar a José María Aznar, puesto que el español se ha convertido en todo un símbolo de la defensa de la democracia y los mercados abiertos, exactamente todo lo que el dictador venezolano detesta. Lo lógico es que le hubiera llamado "demócrata de mierda", pero hay que reconocer que no hubiera tenido el mismo efecto que el clásico "fascista", aunque para cualquiera resulte evidente que quien tiene mucho de tal es el caribeño. También es comprensible que critique a nuestras empresas aquél que aspira a socializar la economía de su país. La doble condición de privada y española resulta inaceptable para cualquiera de los discípulos de Fidel Castro. Hay quien pudiera pensar que el marco de una Cumbre Iberoamericana impondría a Chávez una cierta compostura. Sin embargo, a estas alturas ese argumento es insostenible. El venezolano es, entre otras cosas, zafio de solemnidad. Una Cumbre no le impone, le excita a aprovechar el marco mediático para proyectar su desquiciada personalidad y sus ansias de liderazgo.

Sabiendo esto, ¿por qué Zapatero permitió que la situación obligara al monarca a actuar con tal contundencia? Tras lo ocurrido el primer día hubiera sido aconsejable que don Juan Carlos mostrara el disgusto de todos los españoles retirándose de las sesiones y dejando al presidente enfrentarse abiertamente con Chávez. Se optó por llevarle al salón, por meterle en un fregao incompatible con su condición y con la representación que ostenta. El colmo llegó cuando presidente y monarca cambiaron sus papeles. Ante las intolerables acusaciones de Chávez, Zapatero adoptó el tono propio de un padre enseñando modales de urbanidad a un niño de nueve años. Chávez no es un niño de nueve años, le importan un comino los modales y estaba disfrutando de lo lindo humillando a España. Por mucho que los españoles nos recreemos alabando el papel de don Juan Carlos, quien ganó el encuentro mediático fue sin duda Chávez. Millones de personas han visto esas imágenes en Iberoamérica y se sienten reconfortadas por un dirigente que defiende su mal entendida dignidad frente a la rapiña española. Zapatero debió adoptar un tono mucho más firme e impedir que el Rey entrara en un terreno que no le corresponde. El presidente del Gobierno no sólo no protegió al monarca, sino que lo expuso indebidamente a una situación bochornosa.

Para entender el papel de Zapatero hay que tener en cuenta sus hipotecas políticas. Rompiendo tanto con el legado de González como con el de Aznar, se empeñó en una política iberoamericana que dejaba a un lado la promoción de la democracia para alentar y amparar regímenes populistas de izquierda. Abandonó la defensa de los intereses de nuestros empresarios, que tuvieron que renegociar a la baja contratos ya firmados. De forma insensata jugó a revolucionario de salón, sin caer en la cuenta de que entraba en absoluta contradicción con los intereses de España, además de mostrar una imagen de debilidad que a la postre se volvería contra él. Quien quiere "socializar los medios de producción" y acabar con la democracia tiene que chocar de bruces con nosotros. Zapatero sabe que su política iberoamericana despierta pasiones entre sus votantes más radicales, sectores que tienden a no votar en los comicios electorales. Enfrentarse a Chávez es una mala opción para quien aspira a capturar esos votos. Atrapado en una situación difícil Zapatero optó por el disfraz de Bambi, el buen chico que trata de explicar modales democráticos a un perturbado, a costa del Rey.

No ha sido la primera vez, y nos tememos que no será la última, en que el Rey se ve forzado a poner la cara para sufrir un trato indigno de su condición. Ocurrió en Argel, donde le recriminaron por el giro antisaharaui de Zapatero y sus mentiras afirmando que todo seguía igual. Ocurrió en Marruecos, por las falsedades dichas en Argel y por el incumplimiento de los acuerdos tácitos sobre Ceuta y Melilla. Ahora ha sido en Chile ¿Cuál será la próxima?

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