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La muerte que viene del cielo

Gracias a su eficacia en este nuevo tipo de operaciones, la CIA se ha redimido de los errores de su pasado reciente, no ya sólo por los espectaculares éxitos sino también por la importante reforma interna que ha hecho posible estos resultados.

Caen como moscas.

La cosa viene de atrás, pero se ha hecho especialmente espectacular desde que Bin Laden fue abatido. Con el emir de la yihad se siguió el método más arriesgado, aquel cuyo componente de suerte es el más grande, porque la prioridad era cerciorarse de los resultados. Pero el uso de aviones teledirigidos y artillados con misiles Hellfire fue creciendo a lo largo de todo el período Bush, y Obama no se ha limitado a continuarlo –como otras muchas de las tácticas de su predecesor en la lucha contra el enemigo terrorista– sino que lo ha cuadruplicado, al amparo de la honesta coherencia conservadora y de la cínica, pero protectora, incoherencia ideológica con que los medios de izquierda americanos y la progresía mundial amparan a su ídolo.

Como toda acción de guerra, y más a distancia, tiene sus daños colaterales, o sea, víctimas inocentes. Pero viniendo de donde vienen, pelillos a la mar, que muy otra sería la respuesta si se hubiese tratado de Bush, si bien es igual de cierto para todos el argumento de que se discrimina mucho más con los aviones sin piloto y las cámaras que proyectan las imágenes del terreno en los monitores con los que controlan toda la operación desde miles de kilómetros, que con los bombardeos desde cinco mil metros de altura. No se sabe a cuánto ascienden esas bajas no buscadas, pero a mucho menos de lo que pretenden los damnificados directos.

Todo el asunto revela una extraordinaria proeza tecnológica, que señala una de las avenidas del futuro de la guerra y de momento deja en la sombra el decisivo papel que juega la inteligencia en estas operaciones. Ésta, en parte, depende también de esos avanzados instrumentos, silenciosos y diminutos espías aéreos que sobrevuelan incansablemente los cielos sospechosos. Naturalmente no pueden ver lo que no está a la vista y contra el vicio de fisgar los posibles objetivos dominan la virtud de ocultarse y guardar silencio, por lo que se trata sobre todo de la información que adquieren los imperecederos HUMINTS (HUman INTeligence), los espías de a pie y de toda la vida. Y también de las redes de amigos y delatores locales que ellos montan, en circunstancias extremadamente adversas. También en el momento del ataque resultan indispensables los spotters, los observadores que desde las proximidades señalan con toda precisión el blanco, con rayo láser, con las exactas coordenadas de un GPS, o con
cualquier procedimiento más tradicional.

Gracias a su eficacia en este nuevo tipo de operaciones, la CIA y toda la comunidad americana de inteligencia se ha redimido de los errores de su pasado reciente, no ya sólo por los espectaculares éxitos sino también por la importante reforma interna que ha hecho posible estos resultados. Todos los que acopian información la están compartiendo más que nunca y la CIA, que lleva la voz cantante, colabora en la ejecución con el mando militar de operaciones especiales, que coordina las de todos los servicios.

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