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La trampa de Obama

Por muchas moralinas que predique y vestiduras que se rasgue, su reacción es básicamente un intento de salvar la cara.

Obama se ha metido en una trampa fabricada por él mismo, y no tiene otra posibilidad que la huida hacia adelante. Allá por agosto del año pasado, tras proclamar meses antes que El Assad, en quien anteriormente había puesto sus complacencias, debía irse, dijo que su "línea roja" en Siria era el uso de armas químicas. Con ello trataba de complacer gratis a su izquierda, radicalmente abolicionista en todo lo referente a armas de destrucción masiva. Gratis, porque esperaba no tener que pagar ningún precio por la declaración. El Assad no se atrevería. Pero el dictador sirio dijo: ese farol lo quiero ver, y usó varias veces el armamento tabú. Sin duda hay que descontar las mentiras de los rebeldes, pero en marzo ya resultó suficientemente claro que había gaseado a un centenar de civiles en Alepo y Washington miró hacia otro lado. El Ássad subió la apuesta y lo del 21 de agosto en Damasco parece que se acerca a las 1500 víctimas, más de 400 niños.

Obama tenía ya un creciente problema de credibilidad en Oriente Medio, donde su idea de que todos los antioccidentalismos tercermundistas son progresistas y están justificados por la prepotencia explotadora e imperialista de su país, lo ha llevado a darle cariño a islamistas en contra de sus aliados tradicionales. Con los ataques químicos sirios el problema se ha convertido en un espectáculo internacional. Por muchas moralinas que predique y vestiduras que se rasgue, su reacción es básicamente un intento de salvar la cara. Pero no ha medido bien sus fuerzas. En Libia se vio arrastrado por Francia y el Reino Unido y por colaboradoras cercanas suyas, que en su segundo mandato ha situado en puestos clave. Se saltó al Congreso en algo que no era una operación de castigo sino una guerra, pero consiguió una luz verde, un tanto ambigua, de la ONU. Ahora Putin no se lo consiente y el rechazo del parlamento británico le ha hecho temblar porque la opinión pública americano no ve un interés nacional en el asunto ni nada resolutivo en la acción propuesta, mientras que diputados y senadores claman por ser tenidos en cuenta, sin ofrecerle garantías de voto a favor.

Lo que hace temblar las piernas de Obama no son los escrúpulos legales, que, ayudado por Holder, su ministro de justicia, ha demostrado ampliamente no tenerlos en una variedad de temas, sino la posibilidad de que todo le salga mal. No hay como un éxito militar redondo como para enardecer al país, pero un fracaso es políticamente letal. Ser coherente con lo que uno piensa se dice en inglés tener el coraje de las propias convicciones. Obama parece no tenerlo. Es una mezcla, nada extraña en política, de ideólogo intransigente y arribista acomodaticio. Quiere repartir los riesgos y tras una semana de congoja y continuas consultas con su equipo, ha decidido buscar la poco probable anuencia de sus cámaras parlamentarias. De momento, la guerra que importa tiene lugar en Washington, pero sin prisas, porque el Congreso no se reúne hasta el 9 y el presidente no ha pedido una sesión de urgencia.

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