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Partida geopolítica

Esos seculares reflejos han llevado ahora a Putin a inmiscuirse con notable desfachatez en las elecciones de su hermano eslavo, tomando partido por el candidato menos presentable

En este mundo globalizado deben quedar bien pocos sitios que no sean estratégicos, aunque todos lo han sido siempre para sus vecinos, si bien unos más que otros y con vecindarios que varían mucho en grados de interés. El de Ucrania, con Europa a un costado y Rusia al otro, es de los más interesantes que existen para ambos y desde luego para el país que limita con todos los del mundo, los Estados Unidos de América.
 
Por eso la crisis de Ucrania ha sido seguida con una atención tan activa por parte de todos sus vecinos próximos y remotos. El primero en tomar cartas en el asunto ha sido Rusia y eso ha puesto en acción a todos los demás. Rusia se va desprendiendo sólo muy poco a poco de un pensamiento geopolítico que se remonta a sus orígenes como nación, cuando empieza a independizarse de la Horda de Oro, y que la ha llevado a una expansión ininterrumpida durante casi seis siglos. El comunismo no hizo más que cabalgar ese tigre, sin dejar de suministrarle carnaza. Dogma básico de esa doctrina es la centralidad de Ucrania. Para todo. Para la seguridad de Rusia y para su grandeza y, en su defecto, para todo lo contrario.
 
Esa manera de pensar se ha visto en la tenaz, aunque batiéndose en continua retirada, oposición de Moscú a la expansión de OTAN. Parecería que temiese un asalto en toda regla de la languideciente Alianza Atlántica para repartirse los despojos rusos. Cualquiera de los ex súbditos de la Unión Soviética respondería: ¡Naturalmente!, puesto que a la inversa, eso es lo que ellos hubieran hecho de haberse encontrado en condiciones.
 
Esos seculares reflejos han llevado ahora a Putin a inmiscuirse con notable desfachatez en las elecciones de su hermano eslavo, tomando partido por el candidato menos presentable (con un pasado de delincuencia común en la época soviética) y más continuista, contribuyendo a que unas elecciones que se jugaban sobre temas internos, típicos de los países que pugnan por superar el lastre comunista, pobreza y corrupción, se haya convertido en una partida geopolítica entre Rusia y el Oeste, por esta vez yendo de la mano americanos y europeos.
 
Pero para los propios ucranianos y sus vecinos centroeuropeos lo que prima es el recuerdo de Solidaridad, de la caída del muro, de la revolución de terciopelo. Se trata de la última etapa de una revolución inconclusa y las manifestaciones en Kiev y otras ciudades se están viviendo con similar espíritu de resistencia.
 
Pero el país carece de la relativa cohesión de sus vecinos occidentales. En el Este de Ucrania predomina el idioma ruso y la ortodoxia, en el Oeste el ucraniano y el catolicismo. Estas últimas son las regiones fuertemente nacionalistas, donde tiene su bastión Yúshchenko, mientras que el Este apoya a Yakunóvich. La realidad es que las divisiones políticas no eran inicialmente ni muy claras ni muy acusadas, pero la polarización está acentuando las líneas de fractura: Oeste contra Este, europeístas contra rusófilos, católicos contra ortodoxos, reformistas contra estatistas, demócratas contra autoritarios, juego limpio contra manipulaciones electorales. Un cóctel explosivo, un juego de gran alcance.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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