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Petróleo y jihad

Ben Laden es el producto de la conjunción de dos factores: Internet y las ganancias del petróleo.

¿Si usted hubiera vivido en los años 30 del siglo pasado habría ayudado económicamente al régimen hitleriano? Si la respuesta es no, ¿por qué habría de hacerlo ahora con una amenaza tan grave y malvada como el nazismo, como es el extremismo islamista? Quizá no sea consciente de ello, pero puede muy bien estar ocurriendo que, de hecho, ya lo esté haciendo.

Ben Laden es el producto de la conjunción de dos factores: Internet y las ganancias del petróleo. Sin duda, su existencia y deriva terrorista es independiente, e incluso sin estos dos fenómenos Ben Laden habría hecho todo lo que conocemos. Pero estaría confinado a una actuación más que limitada y sin apenas audiencia. Internet le permite a Al Qaeda sostener una comunidad virtual jihadista. A tan solo la distancia de un simple click en un teclado de ordenador, un joven cualquiera, en cualquier rincón del mundo, desde Lavapies a Bali, pasando por Buenos Aires y Hamburgo, puede sentirse conectado a un gran movimiento, a una comunidad, con la que interpretar a su manera el mundo, reforzarse en sus peculiares valores de odio anti-occidental y regocijarse de cuantos atentados terroristas se cometan.

Pero Ben Laden y el extremismo islamista requiere de fondos y recursos financieros con los que poder sobrevivir y llevar adelante sus macabros planes. Ciertamente, como las sucesivas investigaciones sobre el 11-S, el 11-M y el 7-J han enseñado, los actos terroristas de la jihad pueden cometerse con una factura poco abultada (el 11-S con menos de lo que vale un carro de combate; el 11-M por el precio de un misil de crucero; y el 7-J por media docena de fusiles de asalto). Pero el fenómeno islamista y la islamización extremista sí necesita de una inversión mayor y sostenida. Sobre todo a través de su propagación en las escuelas coránicas (madrasas) y las mezquitas.

Sólo el año pasado, Arabia Saudí, con todo el surplus obtenido gracias al alza de los precios del crudo, ha podido destinar 5.000 millones de dólares a toda una red de asociaciones y fundaciones islámicas implantadas en el extranjero –esto es, en nuestro suelo– y dedicadas a la extensión de la ideología fundamentalista como es la wahabbita. Ese dinero es el sostenimiento cotidiano de ese caldo de cultivo que es esa ideología anti-modernidad, anti-occidental y de odio para el extremismo y el terrorismo islámico.

El petróleo es un arma y no sólo energética. Y como tal debe ser entendida. De ahí que la propuesta hecha por el presidente americano, George W. Bush, durante su último discurso sobre el Estado de la Unión, en el que pide un esfuerzo para reducir la dependencia americana del petróleo también tenga que ser entendida como una opción estratégica. Nadie en su sano juicio paga al enemigo o le apoya financieramente en medio de una guerra. La guerra contra el terrorismo, contra el jihadismo y el extremismo islámico no puede ser diferente.

Los americanos sólo compran menos del 20% de sus importaciones de petróleo al Golfo. Europa casi el 80%. Ha llegado la hora de pensar seriamente como reducir esa dependencia, por lo que supone energéticamente y por lo que significa de subvención indirecta del terrorismo.

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