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Proliferación nuclear y convenios internacionales

Si entonces se temía el rearme bajo la cobertura del desarme, ahora hay razones para sospechar que el actual régimen antiproliferación sirva de parapeto para que los ayatolás desarrollen la tecnología nuclear

Como las buenas gentes de PRISA y progres en general nos recuerdan, la política norteamericana está en manos de una “cábala” de neoconservadores. En realidad los mayoría de los miembros de la “cábala” en cuestión o no están ya entre nosotros o se encuentran en una edad tan avanzada que no les permite tener una vida política activa. Sin embargo, una parte esencial de su ideario histórico ha pasado a formar parte del programa republicano. Los herederos de los viejos neocon son, sencillamente, conservadores.
 
El auténtico fundador de la escuela fue Albert Wohlstetter, un profesor de la Universidad de Chicago y analista de la entonces muy prestigiosa Rand Corporation. Desde ambas instituciones criticó la política de Henry A. Kissinger, la detente con sus tratados de “control de armamento”. Para Wohlstetter, como para muchos republicanos, los acuerdos sobre armamento sólo eran posibles entre personas honorables o estados democráticos. La Unión Soviética, el enemigo de entonces, no era fiable.
 
Kissinger ha sido una figura capital en la política exterior norteamericana, pero nunca llegó a ganarse la confianza de las bases republicanas. Era amoral y fundamentaba sus políticas sobre bases que no eran compartidas por sus votantes.
 
Sin embargo, las mayores críticas llegaron desde los cuarteles demócratas. Destacó en aquellos tiempos una de sus figuras más carismáticas, el senador por el estado de Washington, Henry M. Jackson, el mejor representante de la tradición Truman, que tenía como asesor al joven Richard Perle, el yerno de Wohlstetter. Perle, junto con Wolfowitz, discípulo directo del profesor de Chicago, conformaron el núcleo de la segunda generación neocon en el área de las relaciones internacionales, aquellos que iniciaron su carrera en el Partido Demócrata y la finalizaron en el Republicano.
 
Desde entonces hasta hoy la escuela neocon ha sido asociada, en el ámbito de los estudios estratégicos, a la prevención contra las políticas de control de armamento y a la defensa de una preparación real para combatir una guerra nuclear si fuera necesario.
 
Kissinger se encontró en su última etapa, ya en la presidencia Ford, con un serio rival. El jovencísimo secretario de Defensa Donald Rumsfeld, un congresista republicano por uno de los más significados distritos de Chicago, que había dejado la Cámara para afrontar retos más ambiciosos, entre los que se contaba la propia Presidencia. Rumsfeld capitalizó el sentir del alto mando y se convirtió en un crítico, leal y discreto, de la SALT II preconizada por el secretario de Estado.
 
Rumsfeld nunca fue demócrata ni, desde luego, neocon. Lo mismo podemos decir de su aliado vital, el también ex-congresista Dick Cheney. Eran clásicos republicanos que se toparon en el camino con un conjunto de analistas procedentes del lado demócrata. Su encuentro ha dado como resultado el nuevo republicanismo, a lo largo de un proceso iniciado por el también ex-demócrata Reagan y concluido por el republicano de varias generaciones George W. Bush.
 
Con este trasfondo histórico a nadie puede sorprender la crónica del excelente periodista del New York Times David E. Sanger, sobre la voluntad de Bush de cambiar las bases jurídicas del sistema antiproliferación nuclear. El actual Tratado, así como las instituciones encargadas de hacerlo valer, no pueden ser el instrumento del que se valga Irán para desarrollar todo el proceso de enriquecimiento de uranio, con el argumento de que será usado sólo con fines pacíficos, porque cuando comprobemos que nos ha engañado será demasiado tarde. En opinión de la actual Administración, el nuevo régimen debe fundamentarse, por lo menos para determinados países, en la prohibición de generar combustible. El que necesiten les será proporcionado por estados solventes.
 
No es un gesto, no es un movimiento diplomático ni un tanteo, es una posición bien fundada, arraigada en una importante tradición estratégica y, desde nuestro punto de vista, acertada. Las críticas a la política de Kissinger frente a la Unión Soviética siguen plenamente vigentes en el caso de Irán y por motivos semejantes. Si entonces se temía el rearme bajo la cobertura del desarme, ahora hay razones para sospechar que el actual régimen antiproliferación sirva de parapeto para que los ayatolás desarrollen la tecnología nuclear. No se deben asumir riesgos innecesarios con dictaduras islamistas, que además no ocultan sus ambiciones expansionistas.

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