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Yemen y Libia: ¿primaveras árabes?

El tiempo pasa y casos como Yemen y Libia ofrecen pocos motivos para la esperanza.

Aunque los más posibilistas siguen insistiendo en que los escenarios de la primavera árabe deben atravesar un trecho de dificultades para llegar finalmente a un escenario de democracia y progreso, el tiempo pasa y casos como Yemen y Libia ofrecen pocos motivos para la esperanza.

En Yemen muchos cantaron victoria cuando una solución ad hoc inspirada por el hegemón de la Península Arábiga, Arabia Saudí, posibilitó que Alí Abdulá Saleh cediera en febrero de 2012 el poder a su vicepresidente, Abdo Rabu Mansur Hadi, para abrir una nueva etapa política. En realidad, tan cosmética medida no permitió ilusionar más que a algunos ingenuos, pues la desaparición de Saleh no supuso el fin de los problemas económicos y políticos ni dio pie a un mejor contexto para luchar contra el asentamiento de Al Qaeda en el sur del país.

La sanguinaria acción terrorista perpetrada por cuatro suicidas de Al Qaeda el pasado día 20 en la provincia meridional de Abiyán dejó veinte militares muertos y muchos heridos. El ataque mostró la osadía de los terroristas, que atacaron la sede de la V Brigada de Infantería, en Chaqra. Es significativo además que el atentado se produjera mientras el ministro de Defensa, general Ahmad Mohamed Naser, visitaba la región para comprobar in situ los supuestos logros de la lucha antiterrorista. Naser ya había escapado en septiembre a un ataque suicida en Saná, que dejó 12 muertos.

Aunque las Fuerzas Armadas y de Seguridad yemeníes llevan meses combatiendo a Al Qaeda, con la ayuda de los ataques selectivos realizados por aviones no tripulados (UAV) estadounidenses, los largos meses de revueltas, iniciadas en febrero de 2011 y que debilitaron al régimen de Saleh, han permitido a los terroristas echar raíces en el este y en el sur del país.

Otro régimen no sólo debilitado por las revueltas, sino incluso derribado, el de Muamar el Gadafi en Libia, al colapsar dio paso a un proceso en el que los posibilistas sólo destacan lo positivo –introducción del pluralismo político, celebración de elecciones, aparente desmovilización progresiva de los rebeldes y esperanzadora construcción de un nuevo Estado, etc.–, pero donde el debilitamiento de la seguridad tiene consecuencias nefastas. Mientras, el proceso político no es que destaque por su normalidad –el pasado día 7 una moción de censura derribaba al primer ministro, Mustafá Abu Shagur, que no había cumplido tres meses en el cargo, en beneficio de Alí Zidan–, y los enfrentamientos armados tienen ahora su epicentro en la emblemática ciudad de Bani Walid. Considerada el último foco de resistencia gadafista, justo un año después del linchamiento de Gadafi en las afueras de Sirte sus seguidores siguen resistiéndose al control de las nuevas autoridades libias y de las múltiples milicias que aún actúan como tales en el país: desde principios de octubre los gadafistas resisten en dicha localidad al intento de asalto combinado de fuerzas regulares y de miembros de la poderosa milicia de Misrata.

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