Internet ha tenido al menos un efecto positivo en África. Ha descartado del olvido las tradiciones crónicas orales. Sin la manera oral de contar, Kourouma no habría escrito su libro, plagado de verbalismos -incluido un inteligente uso de las incorrecciones en francés- y punteado por el ritornelo implacable: "Alá no está obligado" a ser justo. El personaje de Isegawa tiene que pechar para sobrevivir con una lengua bárbara, el holandés. El supuesto padre Terry Dunn de Ellmore Leonard confiesa en inglés pero maneja varias expresiones nativas, aprendidas mientras, en el lecho, acaricia el muñón de una bella amante a quien una tribu opuesta acarició antes con un machete. La lengua, pues. ¿No es la literatura un intento de sobrevivir inventando alguna palabra?
Otro intento tradicional de supervivencia, la religión, es descartado por las tres novelas. El protagonista de "Crónicas abisinias" es católico. El catolicismo rampante es una constante en su deambular. Es contemporáneo del feudalismo rampante, del matriarcado rampante, de la dictadura rampante (aquel célebre Idi Amín Dadá). Monstruos todos que Isegawa comenta con ligereza periodística y combate con estrepitosos actos terroristas. El lector fácil que desdeñe la seriedad no podrá detener la carcajada rampante en los capítulos en los que el protagonista aterroriza a su madrasta de Kampala y a los pretenciosos curas del seminario adonde ésta le manda (la madrastra, por su parte, peregrina a Roma y otros santos lugares, con poco aprovechamiento). Cuando se libra de los católicos -y de algún musulmán-, el protagonista cae en las redes de las ONG, el colonialismo organizado de los años ochenta, para las que no reserva ya ningún humor. Hay que remontarse a una polémica película de Marco Ferreri para buscar antecedentes de los insultos que dirige Isegawa a "los cárteles y tiburones de la ayuda humanitaria". Los mismos que pasean al protagonista por un Amsterdam de monstruosos guetos para que represente a África. En la estación de Amsterdam, el protagonista reconoce la habichuela que formaba la estación de taxis de Kampala. En África, los cocodrilos se han comido a su padre, que era aficionado a las mujeres grandes.
El niño de "Alá no está obligado" realiza una peregrinación maldita de país en país en busca de su tía. Su madre ha muerto al fin después de años de caminar sobre los brazos después de un desaguisado provocado por el maleficio de una bruja y una operación de escisión. Treinta millones de africanas han sufrido escisión, calcula Isegawa. Si les añadimos los hutus mutilados por los machetes de los tutsis -entre ellos la amante del cura de Ellmore Leonard-, deducimos que a muchos africanos les falta un cacho. Si Isegawa combina el humor con la reflexión, Kourouma es decididamente un amo del esperpento. Se nos ponen los pelos de punta mientras reímos con las estupendas carnicerías y las bacanales de los niños soldados, de los buhoneros fabricadores de fetiches, de las orgías de droga y sexo demencial de las nuevas religiones de la jungla: el coronel Papá el Bueno con su amante monja. Si el protagonista de la novela, y de los desmanes combinados de Alá y los dioses paganos, es un niño es porque Korouma cree que el "niño soldado" es uno de los grandes protagonistas del final del siglo XX.
Es curioso, pero esas dos novelas africanas son mucho más tiernas y líricas que la novela de Elmore Leonard, divertida pero completamente cínica. O tal vez no. Juzguen ustedes. Terry Dunn fue un falso seminarista que se ordenó falsamente de cura para contentar a su tío y a su madre y, de paso, huir de la policía con unos miles de dólares obtenidos en el contrabando de tabaco. En Ruanda, el falso misionero asiste desde el altar a la matanza de sus feligreses. Un día descerraja varios tiros a los autores y va a Estados Unidos a representar una comedia, en la que, con la ayuda de un alma gemela, una tramposa a la que, al final, supera en trampas, tima a todos –250.000 dólares saca de la mafia- con el timo de las estampitas (sus fotos de niños ruandeses). ¿Los tima? Se vuelve a Ruanda con sus pobres, a beber Johnny Walker con su amante nativa y acariciar su muñón, recuerdo de un machetazo.
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