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Javier Rubio Navarro

Tita, los Thyssen y los paganos

La campaña del ABC contra Tita Cervera y a favor de sus hijastros, con el museo Thyssen de rehén, puede llegar a producirnos una insuperable sensación de malestar y, acaso, un efecto contrario al pretendido entre quienes no vemos con claridad quién es el bueno en esta película. No es simple demagogia, sino dificultad para decidir qué es más conmovedor, si la situación en que podrían quedar los desheredados o el nuevo capítulo que la "baronesa" añadiría a la novela de su vida si ganara el pleito de la isla Bermuda y se hiciera con el control de los 2000 millones que dicen que valen las sociedades Thyssen Bornemisza.

Ocurre que si se nos pasa mucho por las narices este pleito, nos vuelven los vapores mefíticos de aquella operación en la que entre todos le regalamos al Estado una colección de arte fantástica y para alojarla le remodelamos una casita también fantástica –diseño Moneo-- en el paseo del Prado, justo donde se iba a ampliar museo de enfrente. Y, por si fuera poco, le pusimos el nombre de quienes nos la vendieron y, además, los colocamos como supervisores del asunto. Justo ahora andamos de ampliaciones.

Fue aquel un manejo típico de despotismo ilustrado, de apaño en la cumbre, entre el barón y Javier Solana, con las más altas familias y bufetes de por medio, que nos embarcó en una competición de prestigio, estimulada por la prensa, entre aspirantes ciertos e imaginarios en pos de algo que se presentaba como imprescindible para nuestra inmediata salud cultural, y que salió por un ojo de la cara. Al final, pagamos a los Thyssen unos cientos de millones de dólares de nada. A cambio, nos dieron un lote de pinturas en el que hay algunas obras maestras y otras muchas que, sin ser despreciables, no alcanzan esa categoría. Si queremos verlas, nos basta con pagar una módica entrada.

Por supuesto, aquí no se niega lo mucho que aquella compra ha fomentado el turismo y el prestigio cultural de Madrid y, aunque esto sea más discutible, enriquecido nuestro patrimonio artístico. Lo intolerable es que ahora los herederos del barón nos quieran meter en el pleito que les ha puesto su madrastra en la isla Bermuda amenazándonos, ABC mediante, con quitarnos los cuadros. Sólo nos cabe esperar que las altísimas personalidades y bufetes que tanto hicieron para cerrar aquel magnífico negocio, llegado el caso, nos defiendan gratis para que no nos quiten los cuadros.

Lo único positivo que al final vamos a obtener de este pequeño culebrón es la lección que el ABC nos ha dado sobre los Continuity Trust y otros mecanismos fiscales paradisíacos. Cualquier contribuyente español ha de reconocer que se trata de inventos admirables, obras maestras, también éstas, de la metafísica fiscal y de las costumbres.

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