Menú
Jeff Jacoby

Demonizar a los inmigrantes ilegales

La demonización de los extranjeros ilegales nos impide mantener un debate racional: cuántos recién llegados puede absorber anualmente nuestra economía, la mejor manera de animar a los inmigrantes a asimilarse...

En un artículo escrito en el Examiner el mes pasado, el Republicano aspirante al Subcomité de Inmigración de la Cámara ofrecía una analogía destinada a inspirar afecto para explicar su oposición al arreglo de la inmigración propuesto del Senado.
 
A los alumnos de parvulario, escribía el Representante por Iowa Steve King, se les enseña a hacer cola a la hora del almuerzo y esperar su turno pacientemente. Un niño que se cuela delante de los demás es rápidamente aleccionado y enviado al final de la cola. "Si no, toda la clase estalla con acusaciones de '¡No es justo!"' Obligar al que se cuela a esperar hasta que todos los demás niños hayan recibido sus almuerzos enseña "a toda la clase... el buen comportamiento es recompensado y que el mal comportamiento es castigado". La conclusión de King: "La propuesta de amnistía del Senado equivale a dejar que todo el que se cuela se salga con su recompensa".
 
Teniendo en cuenta la amargura con la que se lleva a cabo gran parte del debate de la inmigración, existe un atractivo ganador en la comparación "de parvulario" de King: hasta los niños pequeños se lo piensan antes de abrirse camino hasta la cabeza de la fila; ¿no deberían crecer los inmigrantes? Pero válida o no, la analogía del congresista fracasa. Los inmigrantes ilegales no atraviesan furtivamente la frontera mexicana porque carezcan de la paciencia para esperar su turno en la fila. Lo hacen porque "no existe ninguna cola en la que esperar".
 
La gran mayoría de inmigrantes que accede legalmente a los Estados Unidos es apto para el visado a causa de vínculos familiares: son lo bastante afortunados para ser parientes de un ciudadano norteamericano. Para ellos, realmente existe una cola: dependiendo del país de origen, la espera para el visado por motivos familiares puede tardar del orden de 10 años. A una cifra más reducida de inmigrantes legales se les concede visado por tener títulos avanzados o habilidades especializadas y un trabajo que les espera. Para la mayor parte de los inmigrantes ilegales, la opción legal simplemente no existe. Bajo la presente ley, un joven mexicano o salvadoreño que quiera mejorar su vida mudándose a América y trabajando duro en un puesto de trabajo útil generalmente sólo tiene dos opciones: (a) Entrar ilegalmente, o (b) quedarse fuera para siempre. Varios cientos de miles al año eligen la opción (a).
 
Para el Representante King y para aquellos que piensan como él (los Pat Buchanans, los Lou Dobbses, los presentadores de programas de debate conservadores y sus cabreadas audiencias) la entrada ilegal parece ser todo lo que cuenta. No preguntan si tiene sentido vetar a emprendedores trabajadores y productivos que valoran a América como tierra de oportunidades y que proporcionan un trabajo para el que existe una demanda acuciante. En lo que a ellos respecta, los inmigrantes ilegales son "violadores de la ley de inmigración", y el único tema importante en la agenda es cómo expulsarlos.
 
"Levantar una barrera gigantesca", exige la estrella del debate radiofónico sindicado nacionalmente Glenn Beck. "Frena a las personas que vienen aquí porque son criminales o porque quieren causarnos daño". En una noticia de portada acerca de la oposición del público a la ley de inmigración, el New York Times cita a "la furiosa votante" Monique Thibodeaux, una funcionaria de ventanilla del Detroit suburbano: "Estas personas vienen en el sentido equivocado; no son de  aquí, punto".
 
Pero no todo es perverso (intrínsecamente perverso, malo en y por sí mismo) simplemente porque sea ilegal. Considere un ejemplo: introducir algo en el buzón de alguien sin franqueo va contra la ley. Si su vecino imprime papeletas anunciando un rastro en el garaje e introduce una en cada buzón de la calle, sin duda ha violado la ley. Pero ¿alguien diría que ha hecho algo perverso?
 
Según el mismo rasero, cruzar la frontera hacia Estados Unidos sin un visado es claramente ilegal. Pero alguien que lo hace con el fin de encontrar trabajo no merece ser etiquetado de "criminal". Hacerlo solamente inflama y confunde un tema que es lo bastante peliagudo tal como está. Y deprecia una palabra que debería reservarse para aquellos que dañan a otros a propósito a través de un comportamiento que es genuinamente erróneo: incendiarios, asesinos, violadores malversadores.
 
La demonización de los extranjeros ilegales nos impide mantener un debate racional acerca de la política de inmigración de los Estados Unidos. El debate nacional debería centrarse en temas reales: cuántos recién llegados puede absorber anualmente nuestra economía, la mejor manera de animar a los inmigrantes a asimilarse, qué pedir a los ilegales para ponerse al día con la ley o cómo proteger la seguridad nacional sin minar el carácter abierto de la Sociedad americana. En su lugar, estamos dominados por condenas histéricas de la "amnistía" y exigencias ilusorias de una barrera de 2.000 millas a lo largo de la frontera mexicana.
 
Esta semana se cumplen 20 años desde que en Berlín, el Presidente Reagan pronunciase su memorable desafío: "Sr. Gorbachov, derribe este muro" Los conservadores que se prodigan en elogios a la herencia de Reagan tendrían que plantearse qué habría pensado él de la idea de que nuestra respuesta a los trabajadores que se arriesgan tan ansiosamente por un pedazo del sueño americano como para poner en peligro su vida e integridad física y venir aquí debiera ser un muro propio, al estilo del de Berlín. Sospecho que es una noción que habría despreciado, junto con la sugerencia de que todo lo que necesitamos saber de verdad sobre la inmigración, lo aprendimos en el jardín de infancia.

En Internacional

    0
    comentarios