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Jorge Vilches

El historiador de la economía española

Gonzalo Anes no dejó de hacerse preguntas y de cuestionar tópicos

Gonzalo Anes no dejó de hacerse preguntas y de cuestionar tópicos

A los que nos dedicamos a esto de escribir, de bucear en la Historia, de bregar en la universidad, de tratar de explicar el mundo que nos ha tocado vivir mirando el pasado, la muerte de un historiador como Gonzalo Anes nos llena de desesperanza. Cualquier homenaje, palabra o texto nos parece poco; seguramente porque tenemos la convicción de que vivimos en un país que ignora a sus hombres de letras. Anes pasó décadas en archivos, entre legajos olvidados, mal cuidados en ocasiones, polvorientos casi siempre (ahora bien cuidados, por lo general), al objeto de desentrañar algo que preocupa a cualquiera que verdaderamente trabaje con el intelecto: ¿por qué la Historia de España ha sido así? ¿Dónde han estado los aciertos y los errores? Es este ansia por saber la verdad, por acercarse a ella y proporcionar claves que ayuden a algo, lo que (nos) anima a seguir en una profesión sin el debido reconocimiento social ni el sueldo apropiado. Por eso no me sorprende que la noticia de la muerte de Gonzalo Anes haya pasado por los medios de comunicación como si nada; porque nada se puede hacer frente al último constipado del famoso de turno o las interminables noticias deportivas o del tiempo.

Pero Gonzalo Anes innovó en la historiografía española. Nació en 1931 en Trelles (Asturias), y se doctoró en Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Fue la lectura del libro de Tugan Baranowsky Las crisis industriales en Inglaterra (1914) lo que le hizo pensar en el interés de un estudio similar para España. El episodio decisivo en su formación intelectual fue su paso por La Sorbona, donde conoció a Pierre Villar, Ernest Labrousse y Fernand Braudel. Estos historiadores, de la Escuela de los Annales, hacían hincapié en los efectos de la economía y la geografía en la historia de los pueblos, en la larga duración de la estructura, y en el tiempo medio, la coyuntura económica de los precios, la progresión demográfica o los salarios. Esta historia estructural de la economía y la sociedad ya había sido introducida en España por Vicens Vives en los años cincuenta, pero no fue hasta la década siguiente cuando tuvieron peso.

A su vuelta a Madrid se presentó a Luis García de Valdeavellano, que ejerció una enorme influencia en su modo de abordar el estudio de la Historia. Comenzó entonces a frecuentar asiduamente el Archivo Histórico Nacional, tanto que, según dijo, era una prolongación de su casa. Aplicó entonces a los datos económicos del XVIII español el método aprendido en La Sorbona. El resultado fue su tesis doctoral, presentada en junio de 1966, al término de la cual se hizo la pregunta que nos hemos hecho muchos: ¿para qué servía todo aquello? No obstante, la novedad historiográfica de Anes le llevó a ganar el Premio Taurus en 1967 -compartido por Miguel Martínez Cuadrado, con otra obra que ya es un clásico Elecciones y partidos políticos en España, (1868-1931- con su tesis doctoral, cuyo título recondujo la editorial a Las crisis agrarias en la España moderna (Taurus, 1970). El jurado era excepcional: López Aranguren, José Antonio Maravall, Tierno Galván, Julio Caro Baroja, Luis Díez del Corral, Francisco Ayala, José Luis Sampedro y Joaquín Garrigues Díaz-Cañabete.

Ese mismo año ganó la cátedra de Historia Económica Mundial y de España en la Universidad de Santiago de Compostela, y en 1968 la de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad Complutense de Madrid. Pero Anes no dejó de hacerse preguntas y de cuestionar tópicos. Uno de los más importantes fue el considerar que la historia española del XVI al XIX no era muy distinta de la de otros países europeos. Inició así el estudio del Siglo de las Luces, el XVIII, en el que la fundación de academias, o de sociedades de amigos del país para el fomento de la agricultura y la industria, era equiparable a lo que sucedía en el resto de Europa. En las décadas de 1970 y 1980 estudió la inmigración y sus motivos, el papel de la burguesía, el mayorazgo y el comercio, y rompió con los dogmas de Braudel para sostener que no había decadencia en España, sino reajustes resultantes de la conducta racional de labriegos y pastores. Es más, consideró que era imprescindible considerar el conjunto de España e Indias para valorar los cambios económicos y el desarrollo social, cultural y urbano de los dos lados del Atlántico.

Apareció entonces el que es para mí su segundo gran libro, El Siglo de las Luces (Alianza, 1995), resultado de una revisión a fondo del volumen titulado Los Borbones de la Historia de España dirigida por Miguel Artola. La obra se ocupa de la etapa comprendida entre la llegada de Felipe V y la Guerra de la Independencia. Es un cuadro general, completo y equilibrado de la población, la economía y la sociedad estamental del XVIII, sin descuidar la política, la guerra y la diplomacia, y sin olvidar América. El libro le valió el Premio Nacional de Historia.

Gonzalo Anes recibió casi todos los premios y condecoraciones que pueden darse sin que se sonroje el galardonado. Pero su máximo orgullo fue la dirección de la Real Academia de la Historia, cargo que desempeñó desde 1998 hasta su muerte. Había sido elegido miembro en 1978, y leyó su discurso de ingreso, "Los señoríos asturianos", en 1980. En aquella institución fue donde le conocí (y aquí me permitirán que me introduzca en el artículo).

Era el año 2004, y preparaba junto al profesor Carlos Dardé y Pilar de Miguel una exposición en conmemoración de la muerte, hacía cien años, de Isabel II, la primera reina constitucional de España. El tema era apasionante pero delicado, obviamente, por la vida privada de la "alumna de la libertad". Buscábamos objetos de la época que evocasen la sociedad liberal y romántica de mediados del XIX, lo que luego se tradujo en una magnífica exposición en los salones del Museo Arqueológico. Anes nos recibió en la Academia con una amabilidad infinita, orgulloso de los tesoros de su casa, recordando la tradición generosa y liberal asturiana de los Jovellanos, Argüelles o el conde de Toreno. Por eso, cuando años después cierta prensa arremetió contra él sin piedad por el contenido discutible de algunas biografías del Diccionario Biográfico Español, aquel empeño en el que embarcó a las Reales Academias, y en el que hubo errores, ciertamente, no dejó de producirme una profunda pena.

Habría mucho más que decir sobre Gonzalo Anes, claro, pero, utilizando las últimas frases de la nota preliminar de su obra Las crisis agrarias en la España moderna,

he sacrificado el detalle a la visión de conjunto. Tal vez se pierda en precisión. Sin embargo, espero que se gane en perspectiva.

En España

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