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José Enrique Rosendo

Una estrategia para Rajoy

La credibilidad del candidato socialista se vio mermada considerablemente por el sólido discurso de su adversario, que demostraba una y otra vez las contradicciones e incumplimientos del presidente del Gobierno durante esta pasada legislatura.

Este último debate lo va a comenzar José Luis Rodríguez Zapatero y lo va a cerrar Mariano Rajoy. Este dato es muy importante, por cuanto permite al candidato socialista intentar marcar el ritmo de su rival si, como parece previsible, se lanza al cuadrilátero con ganas de noquear al adversario.

Zapatero, previsiblemente, va a estar mejor que el lunes pasado. Primero, porque mordió polvo en aquel primer asalto. En segundo lugar, porque todo indica que esta vez se ha preparado a conciencia para lo que, incluso, ha llegado a sacrificar algunos actos de su campaña electoral. Y por último, reconozcámoslo, porque es mejor comunicador.

Rajoy, en cambio, puede caer en el mismo error que José María Aznar en 1993 ante Felipe González, cuando venció el primer asalto y perdió estrepitosamente el segundo y, contra todo pronóstico, las elecciones. Conviene, por tanto, no confiarse y redoblar el esfuerzo por encontrar una estrategia adecuada para hoy. Una estrategia que le proyecte durante lo que queda de campaña como virtual vencedor de los comicios del domingo.

El presidente del PP no debe caer en la trampa que Rodríguez Zapatero le va a tender en su primera intervención. Es más: Rajoy debe hacer justo lo contrario, es decir, intentar que sea el candidato socialista quien entre al trapo de su intervención posterior. Ahí estará la clave de cuanto suceda esta noche.

Si Zapatero logra imponer el ritmo del debate, Mariano Rajoy ya no tendrá oportunidad de desarrollar su propia estrategia y, por el contrario, participará activamente en el papel que le haya designado su contrincante. Sin embargo, si Rajoy sortea de alguna manera la primera embestida y es capaz de llevar al candidato socialista a su terreno, será este quien pierda el combate. El riesgo es que se desarrollen dos líneas de argumentación en paralelo, que no confluyan en el contraste y que por tanto pierda interés para los televidentes. Pero incluso esto será preferible para Rajoy (no para Zapatero, desde luego, que tiene que movilizar a su electorado) antes que caer en las fauces del socialista.

El pasado lunes el candidato popular hizo hincapié fundamentalmente en los errores y engaños del presidente del Gobierno. Numerosos analistas concluyeron que el debate que moderó (es un decir) Campo Vidal era una réplica de los debates parlamentarios sobre el Estado de la Nación. Pocos niegan que la iniciativa la llevó Rajoy (no olvidemos que fue él quien abrió fuego). Y menos aún que la credibilidad del candidato socialista se vio mermada considerablemente por el sólido discurso de su adversario, que demostraba una y otra vez las contradicciones e incumplimientos del presidente del Gobierno durante esta pasada legislatura.

Zapatero, como el protagonista de aquélla célebre novela de F. Dostoieski, El Jugador, saldrá al escenario con ganas de desquitarse. Es lo que le sucede a quien ha perdido la primera mano. En cambio, Rajoy debe salir con la pretensión de jugar una partida completamente distinta, no de darle una segunda oportunidad a su rival ni mucho menos de morder el anzuelo.

Si el primer debate permitió medir la gestión de Zapatero, este segundo debería servir para exponer ideas, programas y soluciones a los problemas cotidianos de la gente. El mensaje a los ciudadanos será coherente: "hemos identificado los problemas, sus causas y consecuencias, como ya vieron el lunes pasado, y ahora debemos mostrar el método que vamos a emplear para solucionarlos". No hay que redundar. Rajoy ya ha juzgado los cuatro años pasados. Zapatero incluso juzgó las legislaturas de Aznar y se retrotrajo a la prehistoria de Alianza Popular en busca de argumentos defensivos.

Ahora Rajoy, apenas tenga oportunidad de intervenir ante las cámaras, debe posicionar el juego en lo que va a hacer, y en lo que no va a hacer, cuando sea presidente del Gobierno, aunque sólo sea porque eso es lo que probablemente no espera (ni quiere) Zapatero. Debe concitar confianza, seguridad e ilusión, al mismo tiempo que desdibujar el miedo al PP sembrado por los socialistas en los electores más centristas. Y para este posicionamiento juega con ventaja, ya que le tocará cerrar el debate. Sólo en ese momento es cuando, a modo de colofón (y a ser posible sin niña de por medio) debe volver a la carga, moderada pero firmemente, contra la gestión de Zapatero, contraponiéndola a las propuestas que haya realizado en el transcurso del debate, para las que debe convocar, incluso, a los votantes socialistas desilusionados. Que, como demuestran las previsiones demoscópicas acerca de Rosa Díez, no son pocos.

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