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Juan-Mariano de Goyeneche

Traducciones inaceptables

Muchos reservarán un tiempo de estas vacaciones de Semana Santa a la lectura. Posiblemente a libros técnicos de informática y telecomunicaciones si son asiduos de esta sección de Internet.

Recuerdo con detalle la larga lista de títulos de este género en los que, a los 17 años, anhelaba sumergirme: muchos de ellos por encima de mis posibilidades económicas.

Con el arrojo que dan los pocos años ideé una solución que saciara mi curiosidad técnica, una solución que me parecía, modestia aparte, perfecta. Localicé al Director Editorial de la rama de Informática y Multimedia de una importante empresa editorial y, tratando de no resultar ofensivo, le comenté que las traducciones que estaban publicando distaban bastante de la perfección, lo cual, si en cualquier libro resulta molesto, en los de carácter científico-técnico se torna devastador. Me ofrecí para hacer de corrector de las traducciones y a cambio pedí tan solo que se me permitiera quedarme con los libros que corrigiera. En mi inocencia pensaba que, al no demandar dinero en pago, aceptarían mi propuesta sin dudarlo, con el consiguiente beneficio para todas las partes.

Me topé de bruces con la realidad. Mi interlocutor, que debo decir que se mostró en todo momento, no solamente encantador, sino además absolutamente sincero, reconoció sin ambages lo relativo a la falta de calidad de las traducciones y dijo que era dolorosamente consciente de ella, pero que "pese a todo, los libros se siguen vendiendo a la perfección, y someterlos a revisiones, más allá del coste económico de las revisiones en sí, representa un retraso a la hora de poner las obras en el mercado, y por tanto un retraso a la hora de empezar a obtener beneficio de ellas".

Reconozco que en aquel momento no agradecí su sinceridad; en realidad, no podía dejar de pensar que merecía ser despedido ipso facto por esa falta de respeto por el trabajo bien hecho y de calidad.

Lo cierto es que han pasado los años y la situación, en general, no ha cambiado demasiado: siguen apareciendo libros en pseudo-español que anuncian bien a las claras que el traductor, en el caso de que pueda decirse que al menos conoce el idioma, lo que está claro es que no tiene ni la menor idea del contenido técnico sobre el que versa su traducción.

El galimatías es a veces tal que, a menudo, la única forma de entender lo que quería decir el autor es conocer su idioma, poner a prueba la imaginación tratando de encontrar una expresión en el lenguaje original que haya podido llevar al sinsentido que se tiene ante los ojos, y desde ahí hacer una traducción correcta. (Un ejemplo paradigmático que aparece por doquier: traducir environment por "medio ambiente" en lugar de por "entorno" o "variables de entorno").

No es inusual que los índices de términos, tan útiles en textos de referencia, se eliminen en la traducción para evitarse el trabajo de rehacer el índice en la nueva edición.

En el caso de textos que incluyen código fuente de algún lenguaje de programación casi enternece la dedicación del traductor que, ni corto ni perezoso, traduce también el programa, incluidas las palabras clave del lenguaje, con lo que, evidentemente, todo deja de funcionar.

Las llamadas "traducciones al mejicano", hechas en Sudamérica y con un aluvión de palabras y expresiones desconocidas aquí, son también moneda corriente.

Pero incluso en esas condiciones deplorables los libros se siguen comprando y no se protesta. Ya se sabe que aquí, en España, somos poco propensos a hacer reclamaciones y aceptamos prácticamente cualquier cosa. Claro que, al final, lo que tenemos es exactamente lo que nos merecemos.

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