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EL FIN DEL BIENESTAR

El Estado del Malestar

En demasiadas ocasiones el liberalismo tiende a olvidar que hay vida más allá de la economía. Los autores canónicos escriben sobre los beneficios del libre comercio, la asombrosa función empresarial del ser humano o los peligros de la expansión crediticia desatendiendo otros flancos que pueden facilitar o frenar el desarrollo económico.

En demasiadas ocasiones el liberalismo tiende a olvidar que hay vida más allá de la economía. Los autores canónicos escriben sobre los beneficios del libre comercio, la asombrosa función empresarial del ser humano o los peligros de la expansión crediticia desatendiendo otros flancos que pueden facilitar o frenar el desarrollo económico.
No es el caso de Josep Miró i Ardèvol, que sitúa las raíces de los problemas por que atraviesa el Estado del Bienestar en la transformación social que está llevando a cabo la nueva izquierda. La revolución que propugna no se producirá a través de un cambio en la estructura económica de poder, sino a través de la suplantación de las bases morales que sustentan el orden natural de la sociedad.
 
La tesis expuesta en El fin del bienestar es clara, y, como escribe el propio autor, "no se trata de una especulación, sino de una previsión, de un hecho anunciado por los documentos del gobierno español y por los informes de la Unión Europea". El Estado del Bienestar está en crisis, y el sistema de pensiones contributivas hará que, tarde o temprano, la Seguridad Social quiebre. Un sistema piramidal está condenado a resquebrajarse con el paso del tiempo; cuando la base que lo sustenta decrezca, en detrimento de la aristocracia radicada en la cúspide, que vive a su costa. La nueva clase de subvencionados y parásitos sociales que dependen del Estado para vivir aumenta día a día, mientras que los esfuerzos y la productividad de los contribuyentes es desincentivada de forma constante y calculada.
 
Zapatero.El caso español es paradigmático en este sentido. El gobierno de Zapatero ha asumido una agenda radical cuyo objetivo es "convertir el deseo en proyecto político": la educación, los medios de comunicación y la nueva legislación, puestos al servicio de una transformación de las "infraestructuras socialmente valiosas". Desde Rousseau, todo movimiento revolucionario ha procurado el control de la educación, para "modelar a los niños de acuerdo a su ideología". La Educación para la Ciudadanía y la dictadura del lenguaje políticamente correcto pretenden apuntalar los cambios legislativos que tratan de revolver las instituciones surgidas de forma espontánea y que son la base del bienestar.
 
La presente obra resulta de lo más interesante, no sólo por su contenido, sino porque es la expresión de un pensamiento prácticamente inédito en España. Mientras que en Estados Unidos es fácil encontrarlo, en España el movimiento conservador ha levantado la bandera de la socialdemocracia y alimentado al Leviatán estatal y autonómico siempre que ha tenido ocasión. Este planteamiento viene de la mano de posiciones religiosas temerosas de que los gobiernos regulen también las cuestiones referentes a las creencias individuales pero que no proponen como alternativa la confesionalidad del Estado. La idea que vertebra este paleconservadurismo es la de la soberanía individual y la primacía de las instituciones surgidas de forma espontánea y que se han mantenido a través de la tradición.
 
La crítica al feminismo y al homosexualismo que pretende convertir la excepción en norma para diluir la función social del matrimonio se encuentra perfectamente elaborada en la obra de George Gilder. Por desgracia, se echa en falta una mención al autor que ha dado forma, en Riqueza y pobreza o El suicidio de los sexos, al discurso que sostiene Josep Miró i Ardèvol. Una primera aproximación podría hacer que tacháramos estas tesis de reaccionarias, pero en realidad esconden mucho sentido común y una gran dosis de amor a la libertad. Exigir que la legislación mantenga sus tentáculos alejados de nuestras carteras, camas y templos puede tildarse de cualquier cosa menos de reaccionario o, como ahora está de moda, teocón.
 
Dice Ardèvol que la sociedad está "compuesta por personas pero estructurada por las instituciones que las agrupan", y que "la institución fundadora de todas las demás, la condición necesaria para la existencia de la sociedad, es el matrimonio". El relativismo y el buenismo, el banalizar comportamientos individuales perfectamente respetables y convertirlos en norma general de obligado cumplimiento, todo ello supone establecer un bien social artificial, un nuevo dogma cuya doctrina dicta el Parlamento y ensalza al Estado. Se desprecia entonces el hecho de que el matrimonio tiene una función evolutiva y civilizadora, pues "encarrila y educa el impulso sexual para atenuar el conflicto del distinto comportamiento sexual del hombre y la mujer que surge de una naturaleza biológica muy determinada".
 
Este es el marco en el que nace y se desarrolla la civilización, se establecen relaciones y ese grado de confianza necesario para levantar las demás instituciones espontáneas que conforman una sociedad y hacen posible que el desarrollo lleve a la prosperidad y al bienestar. De ahí que los ataques de la nueva izquierda se dirijan a destruir esa clase media que honradamente se gana el pan y tiene como horizonte temporal la vida de su progenie. En este orden espontáneo, la acumulación de capital tiene una función social clara, y la responsabilidad individual prevalece sobre la dependencia del aparato estatal.
 
Pero si el diagnóstico de Ardévol es certero, las conclusiones que expone en el último capítulo son poco ambiciosas. Las soluciones políticamente correctas propuestas podrían retrasar o paliar la quiebra del modelo, pero no evitarán que los cascotes del Estado del Bienestar caigan sobre las instituciones naturales que han ido creando los individuos. Retrasar la edad de jubilación, el dar sólo algo de cancha a un sistema de capitalización de pensiones, así como la revocación de algunos desmanes legislativos, presumen la legitimidad del Estado del Bienestar –adelgazado y mejor gestionado, eso sí–, lo que entra en contradicción con la consecuencia lógica que se extrae de la exposición del propio Ardèvol: no es el Estado quien proporciona bienestar, sino una sociedad próspera y libre. Ésta, y no otra, es la base del verdadero bienestar.
 
 
JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL: EL FIN DEL BIENESTAR Y ALGUNAS SOLUCIONES POLÍTICAMENTE INCORRECTAS. Ciudadela (Madrid), 2008, 224 páginas.
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