"Soy un pensador libre –declaraba en una entrevista en 2006–, no pertenezco a nadie, digo lo que quiero y lo que veo". No cabe mayor gozo que sentirse libre y con tu libertad hacer a la gente soñar y disfrutar. Envidiable.
Raymond Douglas nació en Waukegan (Illinois, EEUU) en el verano de 1920. Leonard, su padre, se dedicaba a la edición y a la venta de diarios y revistas. Esther, su madre, le leía historias de Edgar Allan Poe. Esto debió de marcarle profundamente, porque los primeros relatos que escribió fueron de terror.
La Gran Depresión casi arruinó a su familia, que antes de internarse en una hooverville decidió probar fortuna en Arizona y luego en Los Ángeles. Para entonces Raymond ya era un gran lector, sobre todo de revistas pulp como la Amazing Stories de Hugo Gernsbacks, y un incipiente escritor.
En la ciudad californiana se graduó (1938), pero no continuó sus estudios por falta de recursos. Aquel chico de 18 años vendió periódicos por las calles para sobrevivir. En 1939 publicó Pendulum, la primera historia por la que cobró. Conoció a Robert Heinlein y a Damon Knight, dos de los grandes de la literatura de ciencia-ficción, y a Henry Kuttner, celebérrimo autor –junto a Pohl– de Mercaderes del espacio, quien le tomó bajó su protección. En 1942 decidió dejar la venta de periódicos y buscar su sueño: ser escritor profesional.
Tras una incursión en el género del terror y la fantasía, que daría como resultado la obra Dark Carnival (1948), inició la publicación de una serie de historias en torno a la colonización de Marte, que reunió a modo de fix-up en el volumen Crónicas marcianas (1950). En esta novela ya marcó su estilo: la prosa poética, la introspección psicológica, la humanidad de los personajes, y esas preguntas sobre el tiempo y la condición humana que a todos inquietan. Jorge Luis Borges, que prologó una de las ediciones, quedó vivamente impresionado por algunas de las crónicas:
¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad?
En el mismo estilo publicó El hombre ilustrado (1951), en la que toma como pretexto los tatuajes que cubren completamente a un individuo para narrar las historias que marcan su piel. La omnipresencia alienante de la tecnología, el advenimiento de la muerte, la soledad o la paradoja de la riqueza son los temas que pueblan los dieciséis relatos. Del mismo tono es Las doradas manzanas del Sol (1953), en la que recogió más cuentos, no todos de ciencia-ficción, pero sí de buena literatura.
A este le siguió una de las distopías más famosas desde 1984 de Orwell; me refiero a Fahrenheit 451 (1953), basada en el relato que publicó en Galaxy con el título de "El bombero". Bradbury quedó muy afectado por el ascenso de los totalitarismos, especialmente por el del comunismo soviético. En su juventud había visto con horror la quema de libros en la Alemania nazi, y no dejó de pensar en que el primer paso de las dictaduras era acabar con la individualidad mostrada a través de la literatura.
La trama gira en torno a un hombre llamado Montag que forma parte de un cuerpo de bomberos de un Estado totalitario; cuerpo que se ocupa de quemar libros y reprimir la lectura. La resistencia la forma un grupo de personas que memorizan las obras para que no se pierdan en el olvido. Montag acaba sucumbiendo a la tentación lectora; es decir, a la libertad.
Esta fue la obra que más satisfizo a Bradbury, y la única de entre las suyas que consideraba realmente de ciencia-ficción. Fue llevada al cine por François Truffaut en 1966.
Estas novelas le habían colocado junto a los grandes de la ciencia-ficción y de las Letras norteamericanas de la época. Era el momento de echar la vista atrás, y así lo hizo en El vino del estío (1957), en la que vuelve a ser un niño en Waukegan –Green Town en la novela– que junto a sus padres tiene que dejar sus raíces para marchar a Los Ángeles. Poco antes había vuelto al terror, también a la infancia, a los cuentos de la madre; recopiló los relatos de Dark Carnival y agregó ocho historias más para alumbrar El país de octubre (1955), uno de los libros de cabecera de Stephen King.
El gran Bradbury novelista acaba con La feria de las tinieblas (1962), en la que dos niños de trece años –de nuevo esa edad tan decisiva para nuestro autor– descubren la maldad humana y la muerte. Hubo más novelas, como El árbol de las brujas (1972), Cementerio para lunáticos (1990) o Ahora y siempre (2009). Sin embargo, aún quedaba el Bradbury cuentista –uno de los mejores, para mi gusto, junto a Robert E. Howard y Philip K. Dick–, cuyas recopilaciones se han publicado sin cesar en todos los idiomas importantes.
La relación de Ray Bradbury con el cine y la televisión fue fecunda. Además de la obra de Truffaut citada, Rod Steiger rodó El hombre ilustrado en 1969. Rock Hudson protagonizó en 1980 una encomiable miniserie televisiva basada en Crónicas marcianas. El cuento "La sirena de la niebla" sirvió de base para la mítica cinta El monstruo de los tiempos remotos (1953), y tanto le gustó a John Houston que encargó a Bradbury el guión de Moby Dick. El relato "El ruido del trueno" inspiró a Peter Hyams la entretenida El sonido del trueno (2005). Por lo demás, nuestro hombre tuvo su propia serie de televisión, The Ray Bradbury Theater, entre 1985 y 1992: aparecía al principio y al final de cada capítulo.
En español, ha sido la editorial Minotauro, ahora del Grupo Planeta, la que ha editado sus obras, en la colección Biblioteca Ray Bradbury; en ediciones cuidadas y de bolsillo. Bradbury siempre quiso que sus libros fueran accesibles a todo el mundo; no en vano, ya en sus últimos años dijo: "La falta de educación convierte a los libros en innecesarios y hace que se quemen solos".
Lean, demuestren su educación y eviten... incendios.