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Los enigmas del 11M

Culpables

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 22/10/2011

"Culpables" es un libro publicado bajo seudónimo en Inglaterra, en plena Segunda Guerra Mundial. Sus autores eran tres periodistas de muy distintas tendencias ideológicas: Michael Foot, Frank Owen y Peter Howard, que decidieron escribirlo tras la evacuación de Dunkerke y la caída de Francia en manos de Hitler. Los tres se repartieron los 24 capítulos del libro y escribieron la obra en sólo cuatro días.

El libro salió a la calle en julio de 1940, siendo ya primer ministro Winston Churchill, y constituye una crítica durísima de quince políticos ingleses, todos los cuales habían jugado un papel relevante en los gobiernos anteriores. El libro acusaba directamente a esos gobernantes de haber conducido a Europa a la guerra por su política suicida de apaciguamiento ante Hitler.

Las dos mayores cadenas de librerías del país y la principal distribuidora editorial se negaron a vender la obra, de modo que al final el libro se terminó comercializando fundamentalmente en los quioscos de prensa. Pero, a pesar de los intentos de boicot, se imprimieron doce ediciones en un mes y se vendieron más de 200.000 ejemplares.

Aunque Inglaterra - y todo Occidente - mostró una ceguera aterradora desde el mismo momento en que Hitler accedió al poder, el término "política de apaciguamiento" suele utilizarse para hacer referencia a la política exterior inglesa durante el mandato de Neville Chamberlain, el predecesor de Winston Churchill.

El 28 de mayo de 1937 dimitía Stanley Baldwin como primer ministro, para ser sustituido inmediatamente por Neville Chamberlain. Las humillaciones del régimen hitleriano al nuevo gobierno inglés comenzaron de manera casi instantánea. Una visita del ministro alemán de Asuntos Exteriores a Inglaterra, prevista para julio de 1937, fue cancelada por Hitler, que no tenía prisa ninguna por hablar con Chamberlain. Cinco meses después, en noviembre de 1937, fue el propio Chamberlain el que envió a Alemania a Lord Halifax para entrevistarse con el líder nazi, a pesar de la oposición de los funcionarios del Foreign Office y del propio ministro de Asuntos Exteriores británico. Tanto Chamberlain como su embajador en Berlín declararon que la visita a Hitler había sido un éxito.

Apenas dos meses después de esa visita tan "exitosa", en enero de 1938, una serie de simpatizantes nazis eran encarcelados en Austria después de intentar dar un golpe de estado. A lo largo de los dos meses siguientes, la agitación en las calles de Viena y las presiones al gobierno austriaco por parte de los nazis fueron in crescendo. El gobierno inglés emitió una nota de protesta, pero ni Francia ni Inglaterra se comprometieron a apoyar al canciller austriaco, por lo que Hitler terminó invadiendo y anexándose Austria el 12 de marzo de 1938.

Aquella anexión violaba directamente el Tratado de Versalles que había puesto fin a la Primera Guerra Mundial, pero daba igual: ni Inglaterra ni Francia estaban dispuestas a recurrir a la fuerza para salvar a los austriacos. Tampoco Estados Unidos estaba dispuesta a involucrarse en ninguna disputa fronteriza o étnica en Europa.

Gracias a esa actitud, Hitler entendió perfectamente que podía continuar tirando de la cuerda, porque no iba a encontrar oposición ninguna por parte de las potencias occidentales.

Así que al mes siguiente, los miembros del partido nazi en la región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia, comenzaron a reclamar autonomía para su región, de mayoría alemana.

El primer ministro inglés, Chamberlain, advirtió a Hitler que otra invasión podría provocar la intervención británica, pero Hitler le tenía tomada la medida, así que ordenó a sus tropas que se prepararan para entrar en Checoslovaquia e instruyó a los miembros del partido nazi de los Sudetes para que incrementaran la presión sobre el gobierno checo. Chamberlain mandó en agosto de 1938 un enviado a Checoslovaquia para tratar de negociar con el gobierno y con el partido nazi de los Sudetes una solución. Las cuatro salidas posibles que propuso eran: incorporación de los Sudetes a Alemania, celebración de un referéndum para decidir sobre esa incorporación, celebración de una conferencia de paz sobre la materia o creación de una Checoslovaquia federal. Ninguna de las propuestas salió adelante.

El 15 de septiembre, Chamberlain se reunía con Hitler en Berchtesgaden y acordaba entregar los Sudetes a Alemania. Tres días después, Francia mostraba su acuerdo con la medida. Nadie preguntó su opinión al gobierno checoslovaco.

El 22 de septiembre, Chamberlain se volvía a reunir con Hitler para comunicarle el acuerdo de las potencias occidentales en que los Sudetes se incorporaran a Alemania de manera ordenada, pero Hitler reclamó que la anexión fuera inmediata. Una semana después, Hitler, Chamberlain, Mussolini y el presidente francés Dalladier se reunían en Munich y acordaban, al margen del gobierno checo, dar luz verde a Alemania para anexarse con carácter inmediato la región de los Sudetes.

Francia e Inglaterra le hicieron saber al gobierno checoslovaco que tenía dos opciones: aceptar el acuerdo, o resistir con sus solas fuerzas al ejército nazi. De modo que el gobierno checo se vio obligado a ceder y a firmar el acuerdo también, cosa que hizo el 30 de septiembre.

Ese mismo día, Chamberlain entregó a Hitler un tratado de paz que Hitler firmó sin apenas mirar. Chamberlain volvió con ese tratado a Inglaterra, donde la multitud le saludó en un principio como el estadista que había evitado la guerra. Chamberlain dijo: "El acuerdo que hemos alcanzado en torno al problema checoslovaco es, en mi opinión, tan solo el preludio de un acuerdo más amplio en el que toda Europa puede encontrar la paz".

Tampoco aquella traición de las potencias occidentales a los checoslovacos fue suficiente para Hitler. En los meses siguientes, los nazis comenzaron a agitar a sus partidarios dentro de Chequia y Eslovaquia, preparando el terreno para otra invasión.

El 12 de marzo de 1939, Eslovaquia declaró unilateralmente la secesión y pasó a convertirse en un estado títere de Alemania. Los alemanes, por su parte, se anexaron tres días después Chequia, convirtiéndola en un protectorado alemán. Ese mismo día, la otra provincia del país, Rutenia, declaraba también la secesión y era anexada a Hungría. Checoslovaquia desapareció como país, ante la inacción de las potencias occidentales.

Aquel mismo mes de marzo, Chamberlain todavía andaba dándole vueltas a la posibilidad de convocar una conferencia de paz a la que asistieran, además de él mismo, Hitler, Dalladier, Mussolini y Stalin. Su Ministro de Interior llegó a decir: "Estos cinco hombres, trabajando juntos en Europa y con sus esfuerzos bendecidos por el Presidente de los Estados Unidos, podrían convertirse en eternos benefactores de la raza humana". ¡Hitler, Stalin y Mussolini, benefactores de la raza humana!

Seis meses más tarde de que fueran pronunciadas aquellas palabras, estallaba la guerra, después de que Hitler diera una nueva vuelta de tuerca con la invasión de Polonia.

Anteayer se proyectó en España un nuevo capítulo de la política de apaciguamiento con el nacionalismo asesino puesta en práctica tras los atentados del 11-M y la llegada de Zapatero al poder. El gobierno español ha ido efectuando concesión tras concesión a un nacionalismo que se sabe crecido: abrió la puerta a la desmembración completa del estado, gracias a los estatutos de autonomía de segunda generación; volvió a legalizar al brazo político de ETA; le entregó la diputación de Guipúzcoa y decenas de ayuntamientos, con un presupuesto de 1500 millones de euros anuales...

Hoy como ayer, esas concesiones se han efectuado violentando la legalidad vigente, que entonces se llamaba Tratado de Versalles y hoy se denomina Constitución española.

Hoy como ayer, lo único que han tenido que hacer a cambio de esas concesiones quienes están dispuestos a ejercer cualquier violencia para alcanzar sus fines es firmar sucesivas declaraciones, sucesivos tratados de paz, que no importan nada, porque no hay ningún problema en romperlos.

Hoy como ayer, cada cesión ha implicado dejar en la estacada a alguien, sacrificar los derechos de numerosísimas personas. Y de la misma manera que los austriacos o los checoslovacos fueron dejados ignominiosamente a merced de Hitler, las víctimas del terrorismo o los vascos no nacionalistas han sido abandonados a su suerte por el Gobierno español.

Hoy como ayer, a esas personas directamente afectadas se les ha privado de voz, mientras que se convocaban negociaciones y conferencias internacionales para decidir sobre las vidas de la gente sin consultarla.

Y hoy como ayer, toda esa cobardía, toda esa ignominia, todo ese cálculo político no servirán para nada. Porque no hay nada que excite más al matón que ver que sus demandas son siempre satisfechas.

La única diferencia entre nuestra situación actual y aquellos terribles meses previos a la Segunda Guerra Mundial es que en Inglaterra al menos existía un Churchill para avergonzar a Chamberlain y, llegado el momento, sustituirlo. En España, por el contrario, el jefe de la oposición avala también con sus palabras la política de la traición.

El Winston Churchill español ni está, ni se le espera.

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