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Los enigmas del 11M

Guinea: Anatomía de un golpe de estado (III)

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Guinea: Anatomía de un golpe de estado (I)
Guinea: Anatomía de un golpe de estado (II)



Secreto a voces

No es de extrañar que la operación fallara. Según publicaron en su día los medios de comunicación sudafricanos, tanto la CIA, como el CNI, como los servicios secretos británicos, sudafricanos y franceses estaban al tanto de la operación de Guinea desde muchos meses antes de producirse la intentona. Se trataba de un secreto a voces.

De hecho, toda la operación fue infiltrada desde el principio por los servicios secretos sudafricanos, que introdujeron a tres hombres en la estructura montada por Simon Mann. Uno de ellos sería, al parecer, un empleado de Mann: el experto en informática James Kershaw.

Kershaw, de 24 años, fue quien proporcionó a las autoridades sudafricanas la lista de los presuntos "inversores" del proyecto (a la que se bautizó con el nombre de "lista Wonga"). Los otros dos agentes sudafricanos podrían ser las dos personas que acompañaban a Simon Mann en el aeropuerto de Harare en el momento de su detención: Harry Carlse y Lourens Horn.

Esos dos mercenarios sudafricanos (que, como ya hemos dicho, trabajaban para la empresa Meteoric Tactical Solutions) fueron puestos en libertad por las autoridades zimbabuesas con una sorprendente rapidez después de su detención en Harare, a diferencia de Mann, que fue entregado a la Justicia guineana.

Gracias a esos agentes infiltrados, las autoridades sudafricanas conocían a la perfección los preparativos y pudieron grabar las conversaciones telefónicas de los implicados en los días inmediatamente anteriores al golpe, conversaciones que luego sirvieron para construir las acusaciones judiciales, una vez desbaratada la intentona.

En el caso de los americanos, algunas informaciones periodísticas aseguran que el contable de Simon Mann, Greg Wales, sondeó a "un militar estadounidense de alto rango" para ver si podían contar con el apoyo de Estados Unidos. La conversación se celebró en el Pentágono, en Washington, a finales de febrero, un par de semanas antes de la operación.

Por lo que respecta a los británicos, en noviembre de 2004, Jack Straw, entonces ministro de Asuntos Exteriores, reconoció que Gran Bretaña también había sido informada anticipadamente por sus servicios de inteligencia de que se estaba gestando un golpe en Guinea.

Según el Sunday Times, funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores británico convocaron a una reunión en Londres al teniente coronel Tim Spicer, el dueño de Sandline International, para comunicarle que desaprobaban un eventual golpe para derrocar al mandatario guineano. Según ese mismo periódico, el jefe de los mercenarios, Simon Mann, fue informado de las objeciones del Ejecutivo británico, pero Eli Calil le instó a seguir adelante. Según algunas informaciones, Calil habló de la posición del Gobierno británico con un buen amigo suyo: el laborista Peter Mandelson, ex-ministro y ex-comisario de la Unión Europea. Mandelson niega, sin embargo, haber mantenido esa conversación, así como haber estado involucrado, aunque fuera mínimamente, en el golpe de Guinea Ecuatorial.

Según el periódico The Observer, en febrero de 2004 se celebró en Londres, en la sede del Royal Institute of International Affairs, una reunión sobre el futuro de Guinea Ecuatorial en la que estaban presentes al menos un representante del gobierno británico y varios ejecutivos del sector petrolífero. En esa reunión se discutieron abiertamente los rumores sobre el golpe de estado que había en marcha en la ex-colonia española.

Conexión Madrid

Aunque quizá sea el caso español el que mejor ilustra la extensión que los rumores sobre el golpe habían alcanzado. Para el último trimestre del año 2003, esos rumores se discutían abiertamente entre los círculos de la oposición guineana en Madrid. Según un miembro de nuestros servicios de información, para enterarse de que se estaba preparando un golpe contra Obiang bastaba con darse una vuelta por alguno de los bares frecuentados en la capital por los partidarios de Severo Moto, que no se caracterizan precisamente por su discreción.

A principios de noviembre de 2003, el gobierno de Aznar recibió del CNI un informe sobre la operación que estaba en marcha. En concreto, según las fuentes consultadas, el CNI trasladó al gobierno el dato de que personas vinculadas a los servicios secretos ingleses y americanos estaban preparando un golpe de estado en Guinea Ecuatorial. Según el CNI, la información se habría obtenido gracias a que se habían pinchado los teléfonos de los hoteles donde algunos de los implicados en el golpe habían pernoctado. Existían, incluso, fotografías de algunos de esos implicados, tomadas por nuestros agentes.

El CNI también comunicó al gobierno de Aznar que los servicios secretos franceses no tenían información sobre el golpe que se estaba gestando: "De hecho, los franceses nos están preguntando a nosotros si sabemos qué es lo que pasa, pero nosotros les estamos dando la información con cuentagotas".

Por último, el CNI afirmaba que el golpe de estado en Guinea "tenía muchas posibilidades de triunfar", por lo que su recomendación al Gobierno era que se apoyara ese golpe de estado.

El Gobierno de Aznar analizó la información que el CNI le había proporcionado y decidió que algo no cuadraba. ¿Los servicios de información americanos e ingleses estaban preparando un golpe en Guinea y eran tan torpes como para dejarse grabar por el CNI en un hotel de Madrid cuando estaban de paso por España? Podía ser, aunque resultaba un tanto extraño.

Pero lo que resultaba absurdo era la información relativa a los franceses. ¿Cómo que los servicios de inteligencia galos desconocían los detalles de algo que estaba sucediendo en el Golfo de Guinea y tenían que pedirle información al CNI? Aquello era completamente inverosímil. Nada se mueve en el Golfo de Guinea sin que los franceses estén puntualmente informados.

Por último, las relaciones del gobierno español con el guineano no eran precisamente malas en los últimos tiempos. De hecho, la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, iba a visitar Guinea Ecuatorial el 22 de ese mes de noviembre, como preparación para la firma de un nuevo acuerdo de cooperación con la ex-colonia española. Era la primera visita de un ministro de Exteriores español a Guinea Ecuatorial desde 1987 y el presidente Obiang la había saludado como el comienzo de unas nuevas relaciones entre los dos países. ¿Qué sentido tenía que el CNI recomendara apoyar, en ese preciso momento, un golpe de estado bastante confuso contra Obiang?

Era evidente que el CNI le estaba intentando colar un gol al gobierno de Aznar, aunque la naturaleza exacta de ese gol no estaba demasiado clara. En consecuencia, el gobierno de Aznar respondió al CNI que no se iba a respaldar la intentona golpista en Guinea.

El aviso

En previsión de lo que pudiera pasar, el gobierno español envió además un emisario a Guinea en noviembre de 2003, para avisar a Obiang de que había una operación en marcha contra él.

Para su sorpresa, el gobierno de Obiang respondió que ya estaban perfectamente al tanto de esa operación y que lo que se estaba gestando era... ¡un golpe de estado pro-francés! Según el gobierno guineano, la intentona pretendía sustituir a Obiang por alguien más proclive a satisfacer los intereses petrolíferos galos.

¿Un golpe de estado pro-francés? Aquello terminó de descolocar al gobierno del PP, porque esa información no cuadraba en absoluto con la que el CNI le había hecho llegar. O había dos golpes distintos en marcha o alguien estaba mintiendo de manera descarada.

Lo más directo hubiera sido preguntarle al propio Severo Moto, exiliado en España, qué era lo que estaba sucediendo. De hecho, varios miembros del Partido Popular tenían una excelente relación con Moto. Pero había dos problemas a este respecto.

Por un lado, el que Severo Moto estuviera implicado en la operación no quería decir necesariamente que el presidente de Guinea en el exilio conociera el verdadero trasfondo de la misma. Podían perfectamente estarle utilizando. Así que la conversación con Moto no iba a permitir despejar todas las incógnitas.

Por otro lado, cualquier contacto de algún miembro del PP o del Gobierno con Severo Moto representaba, en esas circunstancias, un grave riesgo. Teniendo en cuenta la posición del CNI, cabía la posibilidad, por ejemplo, de que ese contacto con Moto fuera grabado por nuestros propios servicios de información y fuera utilizado para vender la idea de que el gobierno español avalaba el golpe de estado de Guinea. En consecuencia, se decidió evitar el contacto con Moto, para no dar pie a malos entendidos.

Mientras tanto, los rumores seguían creciendo. Se habían extendido hasta tal punto que el jefe de otro de los partidos de oposición guineanos, Plácido Micó (próximo al PSOE), declaró públicamente en Bruselas, a mediados de noviembre, que su partido no apoyaría nunca el derrocamiento de Obiang por medio de un golpe de estado. El hecho de que Micó saliera a la palestra a hacer esas declaraciones sugería que la información sobre el intento de golpe había llegado ya a la sede socialista de Ferraz.

Ante la incertidumbre sobre lo que estaba sucediendo, y ante las dudas sobre la identidad de los que podían estar detrás del intento de golpe, el gobierno español sugirió a Obiang enviar buques de guerra españoles al golfo de Guinea, como gesto de apoyo a su gobierno y en previsión de lo que pudiera pasar. El presidente guineano respondió que no tenía inconveniente, pero puso como condición que se contactara también con Gabón para pedirle permiso para una "visita de cortesía", porque no quería que el gesto del gobierno de Aznar pudiera ser interpretado por los gaboneses como una provocación.

Así lo hizo el gobierno español y, tras obtener la conformidad de Gabón, se cursaron las órdenes para la salida inmediata de una flotilla, compuesta por el buque de aprovisionamiento de combate "Patiño" y la fragata "Canarias". Sin embargo, la salida de los buques se retrasó y no fue hasta el día 27 de enero que el buque Patiño salió de El Ferrol, para encontrarse con la fragata Canarias en Rota. Unos días antes, la diputada socialista Margarita Pin acababa de hacer una pregunta parlamentaria al Gobierno de Aznar, reprochándole el apoyo a la dictadura de Obiang.

La operación de envío de los buques fue, sin embargo, un fracaso. Las tripulaciones de los barcos fueron informadas de que el destino final era Guinea y de que había que vacunarse contra las enfermedades tropicales, con lo que la misión se terminó filtrando a las familias de los tripulantes y saltando a los medios de comunicación (La Voz de Galicia y el Diario de Cádiz), al día siguiente de zarpar de Ferrol el Patiño.

La publicación de la noticia de que una flotilla española había salido hacia el Golfo de Guinea provocó una airada reacción mediática tanto del PSOE como de los círculos de la oposición guineana, que pidieron explicaciones al gobierno de Aznar sobre los motivos por los que se enviaban esos buques.

El propio gobierno de Obiang, en vista de la repercusión mediática del asunto, solicitó a España que cancelara el envío de los buques, ya que se estaban alimentando todavía más los rumores de golpe. De modo que el gobierno de Aznar ordenó el día 29 de enero que los buques dieran la vuelta. Al día siguiente, el socialista Juan José Laborda hacía unas declaraciones públicas, reprochándole al gobierno Aznar el secretismo con el que había actuado. Laborda llegó a declarar que, si se trataba de prestar ayuda militar al régimen de Teodoro Obiang frente a posibles intentonas golpistas, hubiera sido preferible anunciar "explícitamente" que los buques viajaban a Guinea Ecuatorial porque se deseaba "mantener unas relaciones" y porque al Gobierno guineano le parecía "muy bien" que acudieran allí.

Sea como sea, unas pocas semanas después, el 18 de febrero, los ministros de Exteriores de España y de Guinea Ecuatorial firmaban en Madrid el nuevo acuerdo de cooperación entre los dos países para el trienio 2004-2006, por valor de 24 millones de euros. El 4 de marzo, el ministro de Exteriores de Guinea, Pastor Michá, volvía a reunirse con Ana Palacio y le entregaba una carta en sobre cerrado para el presidente Aznar, cuyo contenido desconocemos.

Si volvemos atrás en el tiempo y nos situamos en las vísperas del golpe, todo este cúmulo de informaciones plantea dos incógnitas fundamentales. La primera: ¿quién estaba patrocinando aquel extraño golpe? La segunda: ¿por qué los golpistas siguieron adelante, cuando todo el mundo sabía lo que estaban preparando?

Como vamos a ver, para intentar responder a ambas preguntas necesitamos valorar una serie de datos adicionales sobre la operación.

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