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Los enigmas del 11M

La espada de Damocles

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 20/11/2011

Probablemente todos ustedes hayan escuchado o utilizado en alguna ocasión la expresión "espada de Damocles", aunque quizá no todos sepan cuál es su origen.

Damocles era un cortesano de la época de Dionisio II, rey de Siracusa, en el siglo IV a.C. Como buen cortesano, no había cosa a la que dedicara más esfuerzo que a intentar halagar a su rey, de cuya benevolencia dependía su supervivencia en la corte. Pero a veces los aduladores se pasan con los halagos y el tirano puede tomarse a mal hasta la más servil de las actitudes.

Así, en cierta ocasión, Damocles le dijo al rey Dionisio lo afortunado que era por disfrutar de tanto poder y tanta riqueza, por vivir en un palacio real tan majestuoso. "Nunca ha habido nadie tan afortunado como tú, mi rey".

Dionisio se lo quedó mirando y, para sorpresa de todos, le contestó: "Puesto que tan afortunado me consideras y tan magnífica te parece mi posición, ¿no querrías tú, Damocles, intercambiarte por mi durante un día, y gozar personalmente de los placeres de mi existencia?".

Damocles, prisionero de sus propias palabras, no tuvo otro remedio que aceptar el ofrecimiento del rey. Y, en efecto, el cortesano fue invitado por Dionisio a sentarse en su propio trono. Bellos efebos rodearon inmediatamente a Damocles, atentos a cualquier indicación suya, y la mesa situada delante del trono pronto estuvo cubierta con los más exquisitos manjares.

Pero de repente, al mirar hacia arriba, y cuando ya comenzaba a disfrutar de aquel festín real, Damocles se dio cuenta de que encima de su cabeza pendía una espada que Dionisio había mandado colgar, sujeta por un único pelo de crin de caballo. Temeroso de que la espada cayera sobre él en cualquier momento, Damocles se olvidó inmediatamente de los efebos y de los manjares y no pudo ya atender a otra cosa que no fuera a aquella amenaza que sobre él se cernía. Así que terminó suplicando a Dionisio que le dejara levantarse del trono y retornar a su vida gris de súbdito servil.

Con aquella lección, Dionisio pretendía demostrar a aquel cortesano adulador cuál es la verdadera naturaleza del poder, que otorga a quien lo disfruta riqueza y honores, pero a cambio de la permanente conciencia de que ese poder pende de un hilo y puede acabarse de la noche a la mañana. "¿Ves?", parece querer decir el rey Dionisio con aquella representación. "Ni la riqueza, ni los honores se disfrutan cuando sabes que una espada puede atravesarte en cualquier momento, cuando eres consciente de que todo tu poder depende de algo tan frágil como un pelo de crin de caballo".

A menos que todas las encuestas publicadas hasta el pasado domingo se equivoquen, Mariano Rajoy será, a partir de esta noche, el nuevo presidente in pectore. No sé hasta qué punto habrá anhelado Rajoy llegar a la meta que hoy cruzará, pero estoy seguro de que no imaginaba, hace tres años, hace dos años, hace uno, que su entrada en la Moncloa iba a producirse en una situación tan catastrófica como la actual.

De modo que lo que en otras circunstancias sería algo ciertamente halagüeño y satisfactorio para Rajoy, se ha convertido, debido a la extrema gravedad de la situación española, en una carga que le va a traer a Rajoy más responsabilidades que honores, más sinsabores que alabanzas y más temores que disfrutes.

Porque Rajoy va a verse obligado a gobernar, desde antes incluso de pisar la Moncloa, teniendo sobre su cabeza la espada de Damocles de la quiebra de España, pendiente del tenue hilo de la voluntad de los mercados. Rajoy va a ser presidente, sí, pero sabiendo que cualquier mal paso puede forzar la intervención europea.

Y lo malo es que no tiene posibilidad de bajarse del trono y pedir que otro ocupe su lugar. Deberá gobernar contrarreloj, mirando con el rabillo del ojo hacia arriba y cruzando los dedos para que la espada no caiga.

Y esperemos todos que no cometa ningún error. Porque en esta ocasión Damocles Rajoy no es el único contra el que la amenaza se dirige. Si cae la espada europea, será el cuello de todos los españoles el que resulte segado, no solo el de Rajoy.

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