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Los enigmas del 11M

Suicidas

Hajime Fujii era teniente en la Fuerza Aérea japonesa. Había comenzado como soldado raso en el Ejército de Infantería, pero se pasó al arma de aviación después de conseguir la graduación de oficial. Se presentó tres veces como voluntario a piloto kamikaze, pero rechazaron su candidatura una vez tras otra, porque estaba casado y tenía dos hijas.

El 4 de diciembre de 1944, Fumiko, la mujer de Fujii, se vistió sus mejores galas. Vistió también de gala a su hija Chieko, de un año, y a su hija Kazuko, de cuatro. Una vez vestidas como la ocasión requería, Fumiko se ató a Chieko a la espalda y ató fuertemente su propia mano a la de Kazuko. Las tres mujeres, así juntas, se dirigieron al río Arakawa, al que Fumiko se arrojó.

Cuando el teniente Fujii regresó a su casa, encontró una carta de su mujer que decía: "Sé que por nuestra causa no puedes hacer aquello que más quieres por tu país. Por ello, permítenos dejar el mundo antes de que te unas a nosotros. Por favor, lucha sin que nada te retenga".

Los cadáveres de la mujer y las dos hijas de Fujii fueron encontrados por policías de la comisaría de Kumagaya a la mañana siguiente. El río había arrojado los cuerpos a la orilla. Según cuentan los hombres de su compañía que fueron con él hasta el Arakawa, el teniente Fujii se dedicó a limpiar de arena con infinito cuidado los pies de su esposa, mientras lloraba desconsoladamente delante de los cadáveres de las tres personas que más quería y que ahora estaban muertas.

Cinco meses después, el teniente Fujii, al frente de nueve cazas biplaza, despegó al amanecer de la base aérea de Kyushu y realizó un ataque kamikaze contra un destacamento americano en la costa este de Okinawa. Cada uno de los nueve aviones llevaba dos pilotos e iba cargado con dos bombas de 250 kg. El nombre del escuadrón de aviones comandado por el teniente Fujii era Kaishintai, que quiere decir "Unidad Espiritualmente Satisfecha".

A los japoneses no les gusta que se efectúe esa comparación, pero lo cierto es que (salvando las enormes distancias) el fenómeno del terrorismo suicida islamista tiene uno de sus muchísimos antecedentes históricos en las unidades kamikaze japonesas que operaron durante la Segunda Guerra Mundial. Los japoneses señalan, con toda la razón, que las unidades kamikaze participaban en un combate contra efectivos militares armados, mientras que el terrorismo suicida ataca, casi exclusivamente, objetivos civiles indefensos. Eso es precisamente lo que diferencia, según los historiadores y estudiosos japoneses, una unidad militar de un grupo terrorista puro y duro.

También existen evidentes diferencias en cuanto a la motivación de unos y otros tipos de suicidas. En el caso japonés, eran conceptos como el de la defensa de la Patria, el Honor o la lealtad al Emperador los que empujaban al kamikaze a una acción de guerra que llevaba aparejada la muerte casi segura. En el caso del fundamentalismo de carácter islámico, pueden ser la defensa de la Fe musulmana o el odio a un Occidente al que se percibe como enemigo del Islam los que impulsan a un terrorista a cometer un atentado suicida.

Pero, prescindiendo de esas evidentes diferencias, ambos fenómenos tienen un nexo de unión en la similitud de actitudes entre unos y otros suicidas. Por supuesto, en ambos casos existe algo, sea esto lo que sea, que para el candidato a suicida es mucho más importante incluso que la propia vida, algo sin lo cual la propia vida carece de sentido, algo por lo que merece la pena arriesgar esa vida e incluso perderla: Honor, Patria, Religión o cualquier otro concepto de carácter abstracto. Pero, desde este punto de vista, la actitud de esos suicidas no es diferente de la de cualquier combatiente, suicida o no, que haya empuñado las armas por un ideal a lo largo de la Historia: todos ellos luchaban y arriesgaban su vida por un determinado concepto que para ellos era valioso.

Lo que diferencia a esos suicidas, independientemente de la valoración moral que nos merezcan sus acciones, de otros tipos de combatientes (y pido perdón por englobar a los terroristas dentro del término genérico de "combatientes") es la conciencia de la muerte segura, la conciencia de que van a acometer una acción que lleva aparejada, casi indefectiblemente, su propia destrucción. El suicida no realiza su acción aceptando un grado más o menos alto de riesgo, como hace cualquier otro combatiente, sino estando completamente seguro de que va a morir como resultado de esa acción. No existe riesgo, sino certeza del propio fin.

Eso hace que, para el suicida, su acción se convierta en algo netamente espiritual. Y el resultado de la acción es algún tipo de recompensa de carácter espiritual. Así era en el caso de los kamikazes japoneses y así es en el caso de los terroristas islámicos. Para un kamikaze japonés, su muerte en combate implicaba convertirse en uno de los espíritus protectores de la Nación y pasar a ser venerado en el santuario de Yasukuni, en Tokyo. Para un terrorista islámico, su acción le lleva a ese Paraíso que le prometió su Profeta. Y ese viaje final sólo puede ser acometido en un estado de pureza. Es por eso que la última acción de uno de estos suicidas sobre la tierra forzosamente se ve precedida de algún tipo de ceremonia o rito de preparación o purificación. Igual que es frecuente que el suicida se vista de alguna manera especial, que muchas veces está prescrita por el propio rito. La ceremonia que precede a la muerte no tiene otro objetivo que convertir al suicida, antes de su acción, en una "Unidad Espiritualmente Satisfecha".

Ayer, en el programa "11-M: La sentencia", entrevistamos a Jesús Riosalido, ex-embajador de España en Siria y Kuwait, buen conocedor de los países árabes y de la cultura, la lengua, la religión y el derecho islámicos. Jesús Riosalido señalaba cómo en el 11-M, y en el episodio de Leganés, no hay nada que se asemeje, ni de lejos, a un atentado fundamentalista. Nada hay de espiritual en quienes nos dicen que cometieron los atentados. No hay nada de fundamentalista en las andanzas de aquéllos a los que se ha juzgado en la Casa de Campo. No existe en todo el episodio de Leganés nada que cuadre con lo que sería la actitud normal de un terrorista suicida. La Versión Oficial del 11-M no es, en el fondo, más que un mal remedo de una trama fundamentalista de opereta, pasada por el tamiz de un guión de película barata.

¿Qué fue lo que pasó realmente en Leganés? Tal como desvelamos hoy en la noticia que publicamos en exclusiva en Libertad Digital, las intoxicaciones deliberadas, dirigidas a confundir al Gobierno en funciones del PP acerca de lo que estaba sucediendo en Leganés en la tarde del 3 de abril de 2004 fueron no sólo numerosas, sino bastante elaboradas. Y en ellas participaron, voluntaria o involuntariamente, mandos policiales diversos, los cuales tuvieron que recibir la información o las órdenes de alguien concreto.

¿Qué pasó entre el 11-M y el episodio de Leganés? ¿Quién diseñó el guión de ese "cierre oficial de archivo" representado por la explosión del piso de la C/ Carmen Martín Gaite?

¿Y qué papel jugaron los servicios secretos marroquíes, si es que jugaron alguno, en la elaboración de las cortinas de humo posteriores al 11-M, con las que se ha pretendido encubrir a los verdaderos autores del atentado? Como dato curioso, tal y como revela la noticia de Libertad Digital, una semana después del 11-M se celebraba en Madrid una reunión secreta entre Moratinos y el viceministro marroquí de Asuntos Exteriores. ¿De qué se trató en esa reunión? ¿Qué había tan urgente que tratar que no pudiera esperar a la toma de posesión de Zapatero, prevista para unas semanas después? ¿Qué había tan secreto que tratar, para que esa reunión se ocultara al Gobierno en funciones del PP y a la Embajada española en Rabat?

Nota: El episodio del teniente Fujii está extraído del libro "Kamikazes", de Albert Axell e Hideki Kase, publicado en España por La Esfera de los Libros.

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