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Los enigmas del 11M

Zapatero ante el reloj

Ayer, en el programa La Linterna, de César Vidal, me atreví a hacer dos pronósticos: que la campaña de agresiones iba a ir en aumento y que el Gobierno no iba a tardar muchos días en sacar a pasear el monigote de la extrema derecha, para contraponerla a la violencia nacionalista y de extrema izquierda que el propio gobierno alienta.

No me equivoqué ni un ápice con respecto a la segunda de las predicciones: esta mañana, el periódico El País llevaba a su portada un titular en el que acusa a un general de hacer "un alegato golpista" delante de la cúpula del Ejército.

En realidad, la predicción no tiene mucho mérito. En España no existen ni la extrema derecha, ni la extrema izquierda. O, mejor dicho, existen grupúsculos en uno y otro extremo del espectro político perfectamente controlados, y manipulados, por nuestros propios aparatos del Estado. Prever, por tanto, que la estrategia de la tensión consiste en azuzar las agresiones de la extrema izquierda contra el PP y, simultáneamente, sacar a pasear a algún supuesto personaje de la extrema derecha, para poder presentarse el Gobierno como un faro de centralidad en medio de dos extremos contrapuestos, no es un ejercicio de adivinación: se trata de simple lógica.

¿Cuál será el paso siguiente de la escenificación? ¿Alguna carta de algún militar condenado por el 23-F pidiendo el voto para Rajoy? ¿Alguna agresión de un falso grupo de extrema derecha contra una sede del PSOE? ¡Vaya usted a saber! Como tampoco tienen mucha imaginación y van a piñón fijo, supongo que saldrán con alguna de las casposas escenas que tantas veces han ensayado en el pasado. Aunque cada vez menos, todavía hay gente que les compra la mercancía, así que intentarán estirar la representación todo lo que puedan.

¿Y cuál es el sentido de esa tensión escenificada? Por una parte, crear esa sensación de confrontación que les permita movilizar a una parte de su electorado más radical. Concretamente, a esa parte del electorado que considera que el PSOE es la misma mierda que el PP y que no va a depositar su voto en favor de Rodríguez Zapatero a menos que piense que "el enemigo de la derecha" se aproxima con sus botas militares y sus flequillos engominados, dispuesto a pasar por las armas a los jóvenes revolucionarios por orden directa de George Bush.

Pero eso es sólo una parte de la película. Zapatero busca, además, a la desesperada, un golpe de efecto final, algún gesto de los asesinos de ETA que le permita volver a lanzar al vuelo unas ficticias campanas de paz. Y el barullo de la tensión pretende introducir a la opinión pública, antes de ese gesto final, en una espiral lo más acelerada posible de acontecimientos en la que no quede espacio ninguno para la reflexión serena: una marea de sentimientos, de noticias y de sensaciones, que hagan imposible, para la mayoría de las personas, una valoración crítica de la realidad.

Como en los trucos de magia, donde el artista habla de forma cada vez más apresurada para que no nos fijemos en la mano que manipula el sombrero, Zapatero aumentará poco a poco el nivel de ruido, de tensión y de drama, para que el conejo de las negociaciones con ETA coja a todos por sorpresa cuando salte al escenario desde esa chistera a la que Rubalcaba no le quita ojo.

Pero el mago juega, en este caso, a contrarreloj. Y sus interlocutores lo saben, así que es posible que estén haciendo valer su ventaja. Con lo cual, si el tiempo se le echa muy encima, Zapatero se verá forzado a recurrir al plan de emergencia: si no consigue arrancar de ETA una escenificación de una falsa entrega de las armas, no le quedará otro remedio que tratar de vendernos a todos algún golpe espectacular contra la cúpula de la banda terrorista. ¿"Aconsejará la jugada" detener, por ejemplo, a Ternera o a Txeroqui? Lo veremos en las próximas semanas.

El ruido y la tensión son la pantalla protectora que Zapatero necesita para enfrentarse a estas tres semanas decisivas. Así que irán en aumento. Tendremos oportunidad, en estos próximos días, de ver la cara menos amable de un Zapatero para quien el reloj ha dejado de ser un aliado.

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