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Luis del Pino

Sí, no, blanco, negro

Es imposible, por ejemplo, explicar la sentencia del 11-M sin entender que el propio 11-M requería de esa sentencia. Sin entender que es la propia naturaleza del 11-M la que necesita del pacto de silencio.

Se trata de uno de esos juegos de niños ancestrales: te hacen una pregunta y tú tienes que responder sin usar ninguna de las palabras prohibidas. Si tu frase de respuesta incluye las palabras "sí", "no", "blanco" o "negro", has perdido. La idea está recogida en un juego de mesa que se comercializa actualmente, creo que con el nombre de Tabú, aunque en esta versión moderna, cada pregunta del juego tiene asociada su propia lista de palabras que no pueden utilizarse en la respuesta.
 
Desde hace casi cuatro años, y exceptuándonos a aquellos medios que hemos investigado el 11-M, los analistas políticos españoles viven inmersos en un permanente juego del tabú. Si la pregunta es "¿Por qué considera usted que ETA está ahora más fuerte que hace cuatro años?", el sesudo analista tiene que improvisar una explicación sin mencionar que en España se produjo el 11-M. Si le preguntan "¿Por qué cree usted que se ha puesto en marcha un proceso de centrifugación territorial?", el analista recurrirá a los circunloquios necesarios para explicar tan curiosa circunstancia sin mencionar en ningún momento que alguien asesinó a 192 personas el 11-M. Si le preguntan: "¿Por qué Zapatero optó por una política rupturista radical tras su acceso al poder?", tendrá que encontrar una explicación donde no se mencione para nada que alguien voló cuatro trenes de cercanías cargados de viajeros tres días antes de unas elecciones.
 
Lo más peculiar es que, a medida que va disipándose el ruido que ha rodeado a la lectura de la sentencia, ese juego del tabú parece extender su ámbito de aplicación, hasta el punto de que se hace casi preceptivo hablar del 11-M sin mencionar el 11-M. "¿Por qué cree usted que la Fiscalía llegó a un pacto para que no se condenara a los autores intelectuales y ahora hace el paripé de que recurre, cuando en realidad no recurre nada relativo a la autoría intelectual?", y el analista tiene que buscar explicaciones externas al 11-M que justifiquen semejante teatrillo. "¿Por qué cree usted que el Tribunal ha incumplido sus compromisos con las víctimas y no ha deducido testimonio contra ningún perjuro?", y hay que encontrar alguna explicación que no requiera bucear en las cloacas insondables del 11-M. "¿Por qué cree usted que el Gobierno se ha visto forzado a admitir que se elimine la Guerra de Irak como móvil del crimen?", y el analista tiene que devanarse los sesos para explicar, sin nombrar el 11-M, ese extraordinario cambio de postura.
 
Todo, menos reconocer lo evidente: que es imposible explicar nada de lo que ha sucedido en España desde el 11-M sin el 11-M.
 
Es imposible, por ejemplo, explicar la sentencia del 11-M sin entender que el propio 11-M requería de esa sentencia. Sin entender que es la propia naturaleza del 11-M la que necesita del pacto de silencio. Que son las implicaciones del 11-M las que exigen el blindaje de quienes manipularon las investigaciones. Que es la necesidad de encubrir la autoría real del 11-M lo que hacía imprescindible establecer un cortafuegos.
 
Decía, en el primer artículo de esta serie, que el rápido intercambio de fichas representado por la sentencia iba a traer consigo un tablero de juego más despejado. Y así ha sido. Sabemos ahora, gracias a la sentencia, muchas cosas.
 
Sabemos, por ejemplo, que la naturaleza del 11-M es tal como para que el Gobierno se vea obligado a ofrecer tablas al PP, a cambio de cerrar las investigaciones y dejar de hablar de la masacre. Ni las inicialmente agresivas declaraciones de José Blanco; ni el desganado vídeo elaborado por el PSOE; ni las contundentes amenazas de querellas; ni las grandes alharacas de los medios oficialistas al día siguiente de la sentencia, en las que se anunciaba la supuesta derrota de la teoría de la conspiración, pasan de ser sino parte de la escenificación. Al final, lo que se busca con la sentencia es el silencio, y en esa dirección apuntaban las apelaciones gubernamentales a la "sensatez" y el "sentido de Estado" del PP.
 
Sabemos, por ejemplo, que habrá dentro del PP quien tendrá la tentación de aceptar ese pacto de no agresión. Y que hay, por el contrario, otros sectores dispuestos a acentuar las contradicciones que la sentencia hace aflorar dentro del frente oficialista.
 
Sabemos, por ejemplo, que nada cabe esperar de la Justicia, al menos de momento. Nadie va a mover un dedo, desde las altas instancias judiciales, para tumbar los eslabones débiles de la cadena del perjurio, ni tampoco va a hacer nada por impulsar las investigaciones desde sede judicial. Si el que era, teóricamente, el mejor de los posibles tribunales de la Audiencia Nacional no ha vacilado en enviar un mensaje desaconsejando las investigaciones, ¿cabe esperar un mayor celo justiciero en el Tribunal Supremo? Los recursos que se presenten no van a conducir, desgraciadamente, a nada.
 
Sabemos, como consecuencia, que a la investigación del 11-M no le quedan ya más que dos armas, descartada la vía judicial: la investigación periodística y la concienciación social. Con respecto a la investigación periodística, seguiremos tirando del carro los mismos medios que hemos estado dando la cara desde hace tres años. De ahí los intentos de silenciar a esos medios, que irán ganando intensidad a medida que se acerque la fecha de las elecciones. En cuanto a la movilización ciudadana, la sentencia ha venido, paradójicamente, a facilitar el camino a quienes llevan desde hace mucho tiempo tratando de socializar la duda. La absolución de los autores intelectuales y la eliminación de la Guerra de Irak como móvil de los atentados han hecho que la duda aparezca en un amplio segmento de la población que hasta ahora era refractario a los mensajes que se le enviaban. Además, esa absolución de los autores intelectuales nos ha dado el trabajo hecho en lo que respecta a la internacionalización de las informaciones: hasta ahora, nuestros esfuerzos tropezaban siempre con la incredulidad o el escepticismo de los medios extranjeros, Ahora, el propio tribunal se ha encargado de lanzar a esos medios el único mensaje que ninguno se esperaba: Al Qaida no fue la responsable y no sabemos aún quién organizó el 11-M.
 
Tenemos un panorama, por tanto, mucho más claro. Al menos vamos sabiendo cuál es el color real de muchas piezas hasta ahora embozadas. Y vamos distinguiendo de forma más precisa a qué es a lo que nos enfrentamos. Y sabemos mejor en qué concentrar los esfuerzos y en qué no merece la pena que perdamos el tiempo.
 
Lo cual no quiere decir que las cosas vayan a ser fáciles. Todo lo contrario. El mensaje del tribunal ha sido, desgraciadamente, el adecuado como para disuadir a potenciales amedos, así que las investigaciones serán mucho más arduas. Al mismo tiempo, se ha perdido la última oportunidad existente de abortar de raíz el golpe de régimen: el tribunal tenía en sus manos detener la deriva de la situación política simplemente aplicando justicia, y no lo ha hecho. Así que habrá que bregar en un mar mucho más encrespado.
 
Es cierto que a nuestro favor juega que las contradicciones internas al golpe se irán acentuando a medida que marzo se acerque. Desaparecido el freno que la sentencia podía haber representado, algunos de los actores optarán por apretar aún más el acelerador, por si acaso los idus de marzo traen consigo una cosecha de votos insuficiente como para poder representar la segunda parte de la función. Y es posible que los nervios les lleven a cometer errores. Pero si no es así, es decir, si son capaces de jugar con finura, tienen en sus manos, desgraciadamente, la victoria electoral. Y, si esa victoria se produjera, no habrá ya nadie que pueda detener el golpe. Ni aclarar el 11-M.
 
Hasta entonces, de todos modos, algunos seguiremos diciendo "sí", "no", "blanco" y "negro" cuantas veces creamos oportuno. Por lo menos lograremos articular un discurso coherente.
 

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